Caso Templo Filadelfia: en la tercera audiencia, solo una de las imputadas declaró
Se trata de Liliana Beatriz Barrionuevo. La mujer contó en su relato cómo fue integrar la secta religiosa que estaba plagada de abusos, esclavitud, adoctrinamientos y castigos.
“Esta declaración es para mí uno de los momentos más difíciles de mi vida. Me siento observada por mi comunidad y seguramente juzgada, y aun hoy me siento temerosa de sus autoridades. Desde hace mucho tiempo quería contar la verdad de lo que pasó en la iglesia, pero no podía y me veía forzada a no hablar”, expresó Liliana Beatriz Barrionuevo. Se trata de la única imputada en la causa del Templo Filadelfia que optó por prestar testimonio en la tercera jornada del debate oral y público presidido por los jueces Fernando Marcelo Machado Pelloni, Walter Antonio Venditti y María Claudia Morgese Martín del Tribunal Oral en lo Criminal Federal N°2 de San Martín (TOCF).
A una semana de que 27 imputados se negaran a declarar como miembros de una organización evangélica conocida como Templo Filadelfia, la acusada número 28 que había adelantado en la segunda jornada de audiencia que iba a prestar declaración expuso ante los magistrados un relato plagado de abusos, esclavitud, adoctrinamientos y castigos vinculados a la secta religiosa.
“Aun estando privada de libertad en Ezeiza, recibí una carta de Eva que, amparada en citas bíblicas, me presionaba a mentir, ocultar y callar. A pesar de haber superado muchos preceptos, los sentimientos de culpa y vergüenza siguen pesando en mí. Me da miedo expresar en voz alta y ante todos lo que voy a contar; quisiera no ser la única”, agregó al inició de su testimonio Barrionuevo.
La secta del Templo Filadelfia, a juicio
En el requerimiento de elevación a juicio el fiscal Sebastián Basso, a cargo de la Fiscalía Federal N°1 de Morón, la organización, con sede central en San Justo, partido de La Matanza, y activa desde la década del 70, captaba y acogía a personas vulnerables para someterlas a prestar su fuerza de trabajo en la elaboración de productos panificados, venta ambulante, trabajo de albañilería o efectuar trabajos para otras personas, cuyos ingresos económicos debían ser entregados de forma íntegra a la iglesia Filadelfia.
Según la investigación, la “Tía Eva” era la líder del culto junto a su hermana Divina Luz Pereyra y su sobrina Adriana del Valle Carranza -ambas fallecidas-. Todos los feligreses de la comunidad, con filiales en diferentes provincias del país, como así también en Brasil y Paraguay, acataban sus órdenes porque ellas les hacían creer a los integrantes que tenían dones espirituales para comunicarse con Dios.
Carencia y maltrato
En relación con el funcionamiento del Templo Filadelfia y el padecimiento vivió en dicha secta, Barrionuevo aseguró que pasaban muchas “carencias”. “Pasábamos muchas necesidades, vivíamos precariamente y comíamos mal. Racionaban el azúcar, comíamos una sola vez por día, que podía ser un plato de comida, un mate cocido con torta frita o mazamorra sin azúcar”, detalló.
En este sentido, agregó: “Un día no hubo nada para comer. Yo tenía mucha hambre y llegó un ‘hermano’ con una bolsa de bolitas viejas y duras que no había podido vender; comimos solo eso, sin mate cocido porque no había gas... A la hora de comer, la prioridad siempre la tenían los varones con la idea de que tenían que tener energía para la construcción del templo. Estoy hablando del año 1982″.
En la secta religiosa había una modalidad de trabajo y roles jerárquicos de la congregación. “Las ungidas eran la autoridad absoluta e indiscutible. No había posibilidad alguna para mí de desobediencia. Me daba miedo pensar en el castigo de Dios y el de ellas si no servíamos al Señor. Los retos y los correctivos podían venir sin ninguna explicación. En una oportunidad, una de las chicas y yo gritamos porque nos asustamos por una cucaracha, vino Eva, nos retó y nos mandó al salón, donde nos dieron como castigo ponernos de rodillas varias horas frente al altar pidiendo perdón”.
Sometimiento y abusos
“Los trabajos uno no los podía elegir, ellas los imponían -continuó Barrionuevo entre lágrimas-. Limpiaba el lugar y la ropa personal de las ungidas. A los pocos meses empecé a trabajar como empleada doméstica. Caminaba 80 cuadras para ir y volver. El dinero que ganaba se lo entregaba en su totalidad a la señora Eva. Después me consiguieron trabajo en una pizzería limpiando por hora, donde el dueño me acosaba sexualmente. Al enterarse, Eva me dijo que no fuera más. Después me llevaron a una casa de calzado. No importaban las jornadas extensas, el dinero lo rendía siempre”, indicó la única imputada que prestó declaración.
Y sumó en su relato: “Dormíamos en donde podíamos, a veces en una habitación, compartiendo siempre el colchón, y a veces en el salón. Nos bañábamos con agua fría en pleno invierno, porque no nos permitían calentarla para que no se gaste la garrafa. Esto fue así por mucho tiempo, incluso cuando estuve embarazada. En 1984 la señora Luz -Pereyra, líder de la comunidad junto a su hermana Eva- me llevó a Paraguay junto a otros jóvenes para trabajar en la venta ambulante de comidas típicas. Ahí tenía que vender, limpiar las instalaciones del templo y la casa que había alquilado Luz para su comodidad”.
Antes de terminar su versión de los hechos ocurridos en el Templo Filadelfia, la mujer habló de ciertos episodios sexuales. “A los pocos meses de ir a vivir a la iglesia -explicó-, supe por experiencia propia de los abusos que se cometían. Se nos explicaba que Dios usaba el cuerpo de las ungidas para bendecir a los fieles. Que era una manera de que Dios nos demostrara su amor. Se nos decía que lo que pasaba en la iglesia formaba parte de la intimidad del Señor, y no podíamos contarlo. Todo siempre estaba teñido con una connotación sexual que naturalizábamos”.
“Yo en ese momento sentía que era un honor que Dios me hubiese elegido para bendecirme. Si mi mamá entonces creía, yo no podía dudar”, cerró.
Cómo funcionaba la secta
El Templo Filadelfia fue fundado entre 1972 y 1973 y registrado como congregación religiosa en 1981. A través de este culto, la organización se dedicó a captar personas en situación de vulnerabilidad, principalmente menores y adultos en situación de pobreza o familias disgregadas, a quienes se les hacía creer que Dios los había elegido para vivir en la sede central, donde serían bendecidos y sus condiciones de vida mejorarían.
Las víctimas eran recibidas en distintos inmuebles de la secta y eran inducidas a despojarse de sus bienes y hacer entrega al culto de lo más preciado y sus objetos de valor, que podía ser desde una propiedad hasta un hijo. Allí comenzaba el adoctrinamiento religioso y la precariedad.
Los detalles de las pesquisas precisaron que las familias pasaban a vivir hacinados en habitaciones chicas y sin ventilación, una comida al día y baños en malas condiciones. Además, cumplían jornadas laborales de doce horas sin remuneración, que incluían la producción de alimentos panificados y su venta ambulante. Todas las ganancias se entregaban a los líderes del Templo, que controlaban estrictamente las ventas.
Dentro de los métodos empleados por la organización para lograr el control total de las personas damnificadas, uno era la imposición de castigos físicos y psíquicos, que se podía dar por utilizar el dinero de las ventas para comprar alimento, manifestar deseo de irse de la congregación o rechazar una pareja, entre otros casos. Cuando una persona desobedecía alguna regla, se realizaban reuniones grupales en donde se ponía a la persona a castigar delante de todos y se le propinaban golpes, insultos y retos vergonzosos delante del resto de las víctimas.