A 20 años de Cromañón: la noche en que todo fue distinto

Se cumplen dos décadas de la mayor masacre del rock mundial y una de las más impactantes de la Argentina, con 194 fallecidos. Informe de la noche en que la muerte fue joven, pero también de la lucha colectiva, la solidaridad y la justicia. Hablan sobrevivientes y padres de víctimas. “A nuestros pibes los mató la corrupción”, el grito que resuena con fuerza desde el 2004.

“A pensar, a reaccionar, a relajar, a despotricar, a decir estupideces, a olvidarme de olvidar, a recordar lo que vendrá, a arriesgar una y mil veces”. Así comenzaba la canción Distinto con la que la banda de rock Callejeros abría el disco Rocanroles sin Destino. El 30 de diciembre de 2004, solo unas palabras de ese tema sonaron en República de Cromañón, un local de espectáculos musicales ubicado en el barrio porteño de Once. A las 22.50, un incendio provocado por una candela que impactó en la media sombra que recubría el techo dio lugar al horror: 194 muertos, cerca de 60 de La Matanza, y más de 1.400 heridos. La mayor masacre del rock mundial y de las más grandes de Argentina. La noche en que la muerte fue joven, en que todo fue distinto.

Antes de Cromañón, Después de Cromañón (AC-DC)

Sergio tenía 19 años cuando entró el 30 de diciembre de 2004 a Cromañón para ver a Callejeros. Martín tenía 21, Nahuel 16, Sofía, 16, David, 14 y Lucas 18. No se conocían entre sí, pero esa noche estuvieron cerca, hermanados en el rock y el disfrute, en las canciones y almas. Hasta que ocurrió la masacre.

Los primeros cuatro son sobrevivientes y contaron su historia ante el micrófono de El1 a 20 años de Cromañón. Lucas y David, que integran el listado de 194 víctimas, fueron recordados por sus padres: Miriam y José.   

Esa noche que no fue fría

Once era el epicentro. La plaza, la estación, las callecitas porteñas, servían de escenario para la previa del último show de Callejeros en Cromañón. La banda ya había tocado el 28 y el 29 y cerraba el año el 30 de diciembre de 2004, en una noche de calor agobiante.

Sergio Bogochwal, de 39 años en la actualidad, llegó al local bailable solo. Ya había ido a las dos fechas anteriores, era fanático de la banda de Celina, e, incluso, estuvo en el recital de La 25 en que hubo un incendio. Conocía de cerca lo que podía hacer una candela que tira bolas incandescentes y eso lo mantenía en alerta. De hecho, su experiencia lo convirtió en testigo durante el juicio.

Sergio Bogochwal, sobreviviente.

Martín Genauer, de 41, fue con sus amigos de toda la vida de Villa del Parque, alrededor de 30 personas, entre ellos, una joven que integra la lista de víctimas mortales. En tanto, Nahuel Varela, de 36 años, asistió con dos amigos. Ya había visto a Callejeros en Excursionistas y Obras. Por su parte, Sofía González, también de 36, vivía en Villa Mercedes, San Luis, pero por esos días calurosos de diciembre se encontraba en la casa de su tía, a metros de República de Cromañón.

José Guzmán, padre de Lucas (que hoy tendría 38 años), contó que el joven se juntó con su hermano Diego y un grupo de amigos en González Catán y, desde ahí, salieron para Once. “Eran muchos pibes que iban cantando, con banderas. Lo crucé en el medio de la calle, nos abrazamos y planeamos lo que íbamos a hacer al otro día, en año nuevo. Se fue, hizo unos pasos, me volvió a mirar y me tiró otro beso profundo que, desde hace 20 años, está instalado en mi humanidad”, rememoró entre lágrimas.

Miriam Araneda, madre de David Chaparro (hoy 34 años) también relató cómo fue ese día, la previa a la masacre. “Era un jueves. Era la primera vez que salía y tenía miedo. Nunca había escuchado Callejeros. Lo invitó su amigo, Manuel, que a último momento le dijo que no quería ir, pero el papá (del amigo), que ya había ido a Cromañón en las fechas anteriores, insistió para que vayan y terminaron saliendo”, narró la mujer con lágrimas en sus ojos, quien volvió a hablar con su hijo cuando llegó a Once y, al notarlo asustado por la cantidad de gente, le dijo que no ingresara, pero David entró.    

Los seis protagonistas de esta historia entraron a Cromañón poco antes de las 22. Todos pasaron por los cacheos, todos vieron ingresar pirotecnia, todos comprobaron que el lugar estaba abarrotado de gente, casi irrespirable, todos evidenciaron que no había agua en las canillas. Todos escucharon a Chabán decir que, si continuaban “las bengalas y los tres tiros”, iba a “pasar lo de Paraguay” (incendio del supermercado en Ycúa Bolaños). Cuatro de ellos se ubicaron del medio del escenario para atrás y pudieron dar testimonio de la masacre. Dos de ellos murieron en Cromañón y sus nombres se convirtieron en bandera y símbolo de lucha.

Tras el incendio, el humo tóxico y la combustión hicieron estragos. De hecho, según consta en los fallos judiciales, intoxicación, asfixia y neumopatías fueron las principales causas de muertes. Otras personas también fallecieron por quemaduras producidas por las llamas.    

Los seis protagonistas de esta historia entraron a Cromañón poco antes de las 22. Cuatro de ellos pudieron dar testimonio. Dos murieron en el lugar y sus nombres se convirtieron en bandera y símbolo de lucha.

Asimismo, el caos dejó en evidencia la falta de un plan sanitario de emergencia, de contención de catástrofe. Porque Cromañón fue eso, una catástrofe no natural, con responsables bien claros que, por acción u omisión (dolo), propiciaron la masacre.

Durante el operativo de socorro participaron 46 ambulancias, encargadas de trasladar a las víctimas hacia alguno de los 24 hospitales públicos y once clínicas privadas designadas. ​Las personas convocadas por los organizadores para brindar primeros auxilios no contaban con la preparación requerida, ya que no fueron contratados profesionales para disminuir los costos. Todo falló.

Cromañón: todo eso y daños

1.58 minutos duró el show de la banda de Villa Celina que era encabezada por Patricio Santos Fontanet. Las llamas y la presencia de elementos inflamables (media sombra y planchas de poliuretano en el techo) dieron lugar a un combo explosivo: la liberación de gases tóxicos como el monóxido de carbono que causan un humo denso y oscuro, una asfixia rápida y daños irreversibles.

Sin embargo, existieron otros elementos que, también, explicaron la masacre de Cromañón. De por sí, el local no tendría que haber estado abierto: la certificación contra incendios de los bomberos estaba vencida desde noviembre de 2003. De los 15 matafuegos que había en el lugar, diez estaban despresurizados. Las puertas y salidas de emergencia estaban cerradas con alambre y candados. No había agua en las canillas. El incendio provocó un corte de luz total en todo el boliche.

Si faltaba algo, se comprobó el cobro de exacciones ilegales por parte de inspectores, un subcomisario de la Federal y bomberos. Ello propició la superación de la capacidad habilitada de 1.031 personas a cerca de 4.500; la venta de alcohol, la obstrucción de las salidas y la omisión de recaudos durante la organización y seguridad que permitió el ingreso de pirotecnia.

Esa noche, faltaron todos estos elementos que podrían haber salvado muchas vidas jóvenes.

Por todo eso ocurrió Cromañón. Esa noche, faltaron todos estos elementos que podrían haber salvado muchas vidas jóvenes. Incluso, habiendo tenido dos antecedentes: el uso de pirotecnia ya había causado focos de incendio en el local. El 1 de mayo de 2004, durante un recital de Jóvenes Pordioseros, las llamas causaron la evacuación de todos los espectadores. Fue extinguido por el personal de seguridad.

​El 25 de diciembre, pocos días antes de la tragedia, se había producido otro foco ígneo durante un recital de La 25 que, también, logró ser sofocado por el público con cervezas y banderas mojadas.

Por eso ocurrió Cromañón. El ánimo lucrativo empresarial y la irresponsabilidad de un Estado local ausente, o que “hacia la vista gorda”, hicieron de ese local una trampa mortal. Todo falló y faltó el 30 de diciembre de 2004, todo menos la corrupción. “Ni la bengala, ni el rocanrol, a nuestros pibes los mató la corrupción”, reza la canción desde el año 2004 con fuerza, énfasis y mucho sentido.

Sería una pena, casi justicia y tiempo perdido

La sensación de impunidad que rodeó al mundo Cromañón dijo presente, sobre todo, a nivel judicial. Desde enero de 2005 hasta la confirmación de las condenas por parte de la Cámara Federal de Casación Penal en 2015, sobrevivientes, testigos y familiares de víctimas se quedaron con sabor a poco, a casi justicia, a tiempo perdido.  

Por la masacre hubo cuatro juicios penales y 1.200 juicios civiles contra el Estado; algunos de ellos, aun, esperan sentencia. Hubo 21 condenados: Omar Chabán, el gerenciador de Cromañón, fue sentenciado a 20 años de prisión y murió de cáncer, en prisión domiciliaria, en 2014. Rafael Levy, dueño del boliche, fue juzgado en 2012, al igual que otros integrantes del Gobierno porteño, el manager de la banda, Bomberos y de la Policía Federal, y recibieron penas irrisorias.

Los miembros de Callejeros cumplieron condenas de tres a siete años. El cantante recién pudo recuperar la libertad en mayo de 2018. Fue el último en salir de prisión. Desde entonces, ya no quedan presos por Cromañón.

Aníbal Ibarra, que era el jefe de Gobierno en esa época, fue destituido por juicio político ante la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires en 2006. Un año después, volvió a ocupar un cargo público. Nunca estuvo preso.

Los miembros de Callejeros cumplieron condenas de tres a siete años. Pato Fontanet y Christian Torrejón siguen tocando juntos en la banda Don Osvaldo. El cantante recién pudo recuperar la libertad en mayo de 2018. Fue el último en salir de prisión. Desde entonces, ya no quedan presos por Cromañón.

Los invisibles y la ilusión

La generación de jóvenes que seguía a Callejeros era la de los hijos del 2001, la que sufrió en carne propia la crisis, la exclusión y vulnerabilidad de la política carnal neoliberal, que los dejó, lisa y llanamente, con una mano adelante y otra atrás, que les robó la ilusión.

De ahí que esos pibes y pibas se sentían invisibles ante representantes que les habían soltado la mano. Pese al contexto, seguían mostrando los dientes y encontraban en el rock (los invisibles era el nombre de los seguidores de Callejeros) el lugar perfecto para expresar sus ideas, sus gritos y hacer oír sus mensajes.

Si pensás en una bengala fuera del rock o del fútbol, sirve para pedir ayuda.

Martín Genauer, sobreviviente.

“La juventud del 2001 era una juventud invisible. Ahí es donde, de alguna u otra forma, prendíamos las bengalas. Nosotros no prendíamos las bengalas, ellas nos prendían a nosotros. Y por un ratito dejabas de ser invisible, con esa luz te autoiluminabas. De alguna forma eso describe a esa juventud colectiva; la idea de dejar de ser invisibles para decir algo político en el único lugar donde sentíamos pertenencia. Si pensás una bengala por fuera del rock o del fútbol, sirve para pedir ayuda”, reflexionó Martín, quien en la actualidad preside la organización Coordinadora Cromañón que nuclea a sobrevivientes, muchos de ellos de La Matanza.

Martín Genauer, sobreviviente.

En consonancia se expresó Nahuel, otro de los sobrevivientes que tardó 15 años en poder poner a Cromañón, a “esa noche o lo que pasó en 2004”, en palabras: “Éramos muchos pibes del primer, segundo o tercer cordón del Conurbano bonaerense. No estábamos ahí tratando de reventar todo ni de destruir, sino de hacer escuchar nuestras voces disonantes después de un período político y social muy complejo, casi imposible”.

Nahuel Varela, sobreviviente.

Luchando sin atajos por el otro

La falacia de la guardería en el baño de mujeres, el falso mito de una juventud que no se involucraba, hacer zoom en quién encendió la bengala o la candela como chivo expiatorio para buscar a un culpable exprés: el público joven, los pibes y pibas “sin rumbo”. Esa fue la lógica que trató de imperar en los primeros años pos Cromañón; desviar el foco de los verdaderos responsables.

Todo ello no bastó. La solidaridad pudo más. La resignificación de Cromañón tiró por tierra la idea de una juventud individualista, que solo se miraba el ombligo. Lo colectivo pudo más. La vereda del amor y la empatía se llenó de gente; y la bandera de “nadie se salva solo” se elevó a lo más alto.

De hecho, muchos de los que fallecieron la noche de la masacre murieron por volver a entrar al boliche que estaba en llamas y envuelto en un humo tóxico. Todo por los otros. Otros cercanos y ajenos. Vidas jóvenes que intentaron ser salvadas. Como sea.

Muchos dejaron la vida por volver a entrar y se convirtieron en héroes.

Sergio Bogochwal, sobreviviente.

“Al rock lo entiendo también como un espacio de protesta, un espacio de solidaridad, de lucha codo a codo, que es lo que se termina demostrando esa noche. No hay nada como lo espontáneo. Y esa noche fue espontánea. El pueblo fue solidario. La juventud fue solidaria, sin saber quién era el que tenía al lado. Todos ayudaron, todos colaboraron. Hay muchos que dejaron la vida por volver a entrar y se convirtieron en héroes. Podría haber sido realmente muchísimo peor”, aseguró Sergio, uno de los tantos que volvió a la puerta de Cromañón para dar una mano.

Según el relato de Miriam, su marido, Leo Chaparro, también encarna esa solidaridad. Con el ánimo de encontrar a David, entró una y mil veces a Cromañón y salvó muchas vidas al punto de que sus pulmones casi colapsaron. “Somos una sociedad solidaria, pero no queremos que Cromañón vuelva a pasar, aunque sabemos que puede volver a suceder”, lamentó la mujer.

Miriam Araneda, madre de David Chaparro.

Ser distintos

Tras la masacre, comenzó la lucha y la resiliencia. Marchas desde enero de 2005 hasta la actualidad. Así, cada 30 de diciembre se escucha el grito de justicia para que Cromañón “no quede en el olvido, en la nada, que no se repita”. Sin embargo, desde aquella noche, sobrevivientes y familiares coinciden en que no son los mismos.

La historia de José Guzmán es un claro y doloroso ejemplo. Desde que Lucas murió en Cromañón se activó en su cuerpo una diabetes por demás agresiva. Estuvo internado muchas veces, le amputaron la pierna derecha y, ahora, tiene complicaciones en uno de sus ojos. "Esa noche mi espíritu estalló, tuve un estallido", reconoció con pesar.

“Esto hizo Cromañón en mi cuerpo, lo destruyó poco a poco. Todavía no partí porque tengo que hacer muchas cosas por los chicos, por esas más de 200 víctimas masacradas en una ‘cámara de gas’ con candados”, expresó José, profesor de boxeo, quien recordó a Lucas como “un pibe solidario, que daba todo por sus hermanos y por los otros”.

José Guzmán, padre de Lucas Guzmán.

Desde la muerte de Lucas “ya nada fue igual”, según José. Las fiestas dejaron de ser fiestas, los cumpleaños perdieron color y lo mismo pasó con los años nuevos, por la cercanía con la fecha de la masacre. Las mismas sensaciones se replicaron en la casa de Miriam Araneda tras la ausencia de David.

La falta del chico de “las pestañas grandes”, del hincha de Almirante Brown que construyó su vivienda de Isidro Casanova junto a sus padres, ladrillo por ladrillo, se hizo notar. “Cromañón no nos desunió, pero nos cambió la vida. Sentíamos culpa, vacío, dolor y falta de alegría. Anulamos por momentos a mi hija que en ese entonces tenía once años y hoy ya es madre de dos pequeños. Ojalá pudiéramos volver el tiempo atrás, pero ante una muerte no te recuperas más. Por más que bajé Dios, él ya se fue”, manifestó con dolor Miriam, quien además de Lucila (hoy 31 años), tiene a Nehuén (14 años), a quien tratan de criar en libertad más allá de lo que sucedió en Cromañón con su hermano mayor.

Entendí que los peligros están, que la muerte te toca de cerca.

Nahuel Varela, sobreviviente.

“Me encerré mucho. Me cambió la personalidad. Y cerró mi etapa de adolescencia en ese instante, ahí adentro. Salimos otras personas, totalmente distintas. Sentía culpa por sobrevivir. Me convertí en una persona más frágil y vulnerable, ya no indestructible. Veía a la muerte a la vuelta de la esquina”, confesó Sergio sobre cómo impactó Cromañón en sus días posteriores.

De la misma forma habló Nahuel: “Cromañón fue la finalización de mi adolescencia, a los 16 años. Cuando entendí que los peligros están, que la muerte te toca de cerca”.

“Lo siento como una gran interrupción. Yo era distinto. Era un pibe re alegre, teníamos 20 años. Literalmente, de la noche a la mañana cambiamos cien por ciento. Después no nos queríamos reír, nos daba culpa. No comíamos, no salíamos… y fueron muchos años. El estrés postraumático tiene sus oleajes e intensidades, no vas a estar igual 20 años después. Pero nos interrumpieron la vida y nos robaron parte de nuestra adolescencia y juventud, y eso fue constitutivo de nuestra identidad”, remarcó Martín.

Por último, Sofía sentenció: “Soy otra persona de la que iba a ser. Siempre digo lo mismo. Para mí, hubo un corte en mi inocencia. Cuando tenés 16 años es normal que no le tengas miedo a nada. Y yo me encontré con la muerte de frente. Soy completamente diferente a esa ‘Sofi’ que entró a Cromañón”.

Sofía González, sobreviviente.

La lucha por justicia, el apoyarse en el otro, las familias, las organizaciones, fueron la clave para seguir adelante. Contra la impunidad y para hacer memoria, para que “Cromañón no vuelva a suceder”.

La memoria como refugio de la vida y de la historia

El 27 de octubre de 2022 el Senado sancionó la Ley 27.695 con el fin de expropiar el local en que funcionaba República de Cromañón para que se convirtiera en un Espacio de Memoria. Sobrevivientes y familiares de las víctimas de la masacre señalaron que servirá para “saldar una deuda con la sociedad”. Al día de hoy, dicha normativa no fue instrumentada y se espera que el Senado vote una prórroga para poder hacer efectiva la iniciativa.

Miriam y Sofía se refirieron a Cromañón como refugio de memoria: “Queremos que el lugar sea Espacio de Memoria, donde se pueda armar un museo, un taller explicativo, para que los chicos de las escuelas vayan, interactúen y sepan que fue lo que pasó y para que no se vuelva repetir”, subrayó la mamá de David Chaparro.

“Entendemos que Cromañón no le pertenece ni a Levy ni al Estado. Cromañón nos pertenece a nosotros, a la Sociedad Argentina. Tiene que haber un lugar donde los pibes puedan ir a recordar que eso sucedió (además del pasaje inaugurado en 2019) y que tienen todo el derecho de divertirse sin tener miedo a morir. Puede ser un polo cultural enorme. Un lugar que le brinde espacio a los sobrevivientes y a la gente que necesita pedir orientación, ayuda, contención; es una revancha en sí misma”, cerró Sofía.

Queremos que el lugar sea Espacio de Memoria, para que se sepa que fue lo que pasó y para que no se vuelva repetir.

Miriam Araneda, madre de Cromañon.

Asimismo, en diciembre de este año, la Legislatura porteña aprobó la reforma de la Ley 4.786 de Reparación Integral a los sobrevivientes y familiares de víctimas mortales de Cromañón, que obliga al Gobierno de la Ciudad a garantizar una asistencia económica vitalicia y reabre el padrón de víctimas.

“Los daños ocasionados son crónicos, ya sea salud mental, estrés postraumático, salud física, respiratoria o cardiorrespiratoria. Hoy los beneficiarios son 1.800 (incluidos 200 padres), y se estima que en Cromañón había entre 3.500 y 4.500 personas. Hay un universo de pibes que no son beneficiarios de la ley y deberían, con medios de prueba adecuados, acreditar su condición de víctimas para poder serlo. La ley dice para siempre y para todos”, explicó Martín Genauer sobre la ley reparatoria.

Una herida abierta

Aquel 30 de diciembre de 2004 a las 22.50, Callejeros subió al escenario a tocar un tema que marcó a Cromañón como un antes y un después. Una trampa mortal, una muestra cabal de que la corrupción mata y que puede provocar más masacres. Todo, desde esa noche, fue diferente.

Pero también que la lucha colectiva, la resiliencia y el amor siempre pueden un poco más. Más allá de los límites, la presión y lo prohibido, lo imposible puede hacerse posible, siempre puede soplar otro viento mejor, encontrarse una llave.

Eso es Cromañón. Una herida abierta en la Argentina toda. Sinónimo de justicia y pelea. Un espejo de lo que no se puede volver a ser, a repetir. Símbolo de memoria. De que el silencio y la impunidad no son el camino a seguir, el idioma a hablar. De que todo tiene que ser, de una vez por todas, distinto.

Texto: Jonathan Amarilla

Producción: Jonathan Amarilla y Malena De Pasquale

Edición general: Andrea Luzuriaga y Laura Villafañe

Video "Resiliencia y Memoria"

Producción: Agustina Seyler y Jonathan Amarilla

Asistente de producción: Virginia Libonati

Entrevistas: Jonathan Amarilla y Alejandro Correa

Cámaras: Oscar Falcón, Irena Moya, Natalia Escalante y Lucio Marino

Edición: Oscar Falcón

Locución: Agustina Seyler

Video "Cronología de una masacre que lo cambió todo"

Diseño: Carolina Salgán , Gisela Allegra y Pedro Grunauer

Animación: Gisela Nieto

Locución: Marina Durand

Guion : Jonathan Amarilla