Vincente: “Fui muy feliz dentro de la cancha”
La ex Pantera tuvo su partido despedida en la UNLaM y lo vivió junto a su familia, excompañeras y alumnas. “Del vóley me llevo la felicidad y la pasión con que desarrollé este deporte”, se emociona Lali.
El pasado domingo 24 de noviembre, en el microestadio de la Universidad Nacional de La Matanza, se vivió un momento mágico. Una de las mejores jugadoras contemporáneas del vóley argentino, María Laura Vincente, quien pasó por distintos clubes del país, fue una de las Panteras de la Selección Nacional, y hasta se dio el lujo de jugar en Brasil y Europa, le puso fin a una carrera deportiva, de casi 30 años, con un partido despedida.
Si bien Lali se había retirado a fines de 2018, con la camiseta 7 de la UNLaM y con su hija Camila al lado, en un encuentro con Argentino de Castelar, el evento organizado por su amiga Julia Ruiz y la coordinación general de Deportes de la Universidad marcó el punto final como jugadora. A la fiesta asistieron entrenadores, excompañeras, su familia y allegados, que siempre estuvieron y están acompañándola.
“Cuando me dijeron sobre la despedida, yo no quería saber nada. Soy muy tímida para esas cosas. Pero, a fines de octubre, me confirmaron que iba a ser en noviembre y tuve que empezar a llamar a mis excompañeras, que son amigas más que nada. Llamé a la primera y fue una emoción… Se empezó a generar un clima hermoso, recordando todo lo vivido”, le cuenta la punta a El1 Digital.
¿Cómo viviste tu día?
Con mucha emoción. Estoy súper agradecida a la Universidad, fue lo más lindo que me pasó. Sentí una energía increíble. Estaba la gente que me quiere bien, y, en la cancha, fue una fiesta. Lo que nos divertimos fue tremendo. Disfrutábamos cada punto como si fuéramos sub 14. Estábamos re contentas de jugar juntas otra vez.
¿Pensabas en tu retiro como jugadora?
Desde que llegué a la Universidad en 2013, tenía el claro objetivo de ascender a División de Honor y concluir mi carrera acá. Entonces, era como que la decisión la venía procesando. Pero no es fácil, porque es algo que te gusta, que lo venís haciendo durante toda tu vida. Y, en el último tiempo, se me complicaba porque tenía que entrenar, dirigir algún equipo, coordinar la actividad, dirigir la Selección universitaria... Eso en lo laboral, porque también tengo que ocuparme de mis hijos, de la dinámica de una casa... Se hacía pesado entrenar, quizás, tenía que faltar, y eso ya no me gustaba porque siempre lo hice de manera profesional. Así que decidí dar un paso al costado y ponerme en otro lugar.
El contacto de Vincente con el vóley comenzó en febrero de 1990, de casualidad, a los 13 años, cuando escapaba de unos chicos que querían mojarla con “bombitas de agua” porque era carnaval. Lali se parapetó en el gimnasio, donde estaban practicando, y justo faltaba una jugadora para completar un equipo, por lo que accedió a jugar antes de ser empapada. “A partir de ahí, empecé esta vida maravillosa”, dice.
¿Por qué viniste a la UNLaM? ¿Qué fue lo que te atrajo?
Me dijeron que la Universidad tenía que estar en División de Honor y que había un proyecto a largo plazo en el que querían que estuviera. Yo estaba jugando en Banfield y dirigía dos categorías, y buscaba otro club porque me quedaba muy lejos de casa. Tuve propuestas de Gimnasia y de San Lorenzo, pero me reuní con Adrián (Verdini, coordinador general de Deportes), me contó que estaba Maru Scarone en hockey, el Pacha Cardozo en fútbol, y que querían que estuviera por mi experiencia, y eso creo que fue lo que me tentó y me dio la posibilidad para hacer el cambio que estaba necesitando.
¿Qué momentos podés destacar de tu carrera?
Cuando salimos campeonas con Estudiantil Porteño en los Juegos Bonaerenses, que nos ganamos el viaje a Italia, fue un gran momento. Éramos muy chiquitas, e irnos quince días, con todas mis amigas, fue algo supremo. Nos recibió el Papa Juan Pablo II, nos fue a ver (Gabriel) Batistuta, quien estaba jugando en la Fiorentina. Fue un viaje inolvidable. La llegada a Boca, como jugadora, me hizo dar un salto de calidad muy importante. Salí por primera vez del país para jugar un Sudamericano con 17 años y me eligieron como la mejor defensora del torneo. Después, pegué el salto a GEBA y salimos campeonas muchas veces, y, en el 2001, me fui a Europa. Jugué en el Dam La Rochette de París y en España. Pero la experiencia más importante fue en Brasil, donde me convertí en la primera extranjera en jugar en la Liga. Cuando volví de la Copa del Mundo de Japón 2003, con la Selección, donde había hecho un gran torneo, me llamaron del equipo Força Olímpica de Brasilia y me dijeron: “Vas a jugar con Leila Barros”. Ella fue la mejor jugadora del mundo durante muchos años, una ídola para mí, y no lo podía creer. Fue una experiencia única.
¿Cómo resumirías estos 30 años?
Fui muy feliz dentro de una cancha, y eso es lo que les trasmito a las chicas que dirijo y a mis hijos. Les digo que disfruten de lo que hacen, que lo hagan con alegría, con el corazón. Que, el día que no lo sientan, que se dediquen a otra cosa. Eso es lo que me llevo del vóley: la felicidad y la pasión con la que disfruté este deporte.