Oscar Garré, del potrero en Rafael Castillo a levantar la Copa del Mundo
Pieza clave durante todo el ciclo de Carlos Bilardo en la Selección, el único campeón mundial oriundo de La Matanza recuerda con alegría y emoción el trigésimo aniversario del título conseguido en 1986. Además, cuenta con orgullo cómo fue su infancia y su adolescencia en Rafael Castillo. “Mis raíces están ahí. Y mis amigos siguen siendo los de esa época”, destaca.
Por estos días, los medios de comunicación de Argentina funcionan como una gigantesca alfombra roja por la que desfilan los campeones del mundo en México 1986. Las notas en las radios son incesantes. Y los “programas especiales” en los canales deportivos se multiplican de a decenas.
Es que el 29 de junio se cumplirán 30 años de aquella vuelta olímpica que les cambió la vida para siempre. Por eso, esa exposición casi obligada por el aniversario redondo de uno de los momentos más trascendentes en la historia del deporte nacional los volvió a poner, con toda justicia, en el centro de la escena mediática.
Entre los futbolistas que andan de aquí para allá, entre cámaras y micrófonos, está Oscar Alfredo Garré, aquel extraordinario lateral izquierdo de Ferro Carril Oeste (con 611 partidos disputados, es el jugador que más veces se puso la camiseta verdolaga) que supo ganarse la confianza de Carlos Bilardo, quien lo convocó en su primera citación, en 1983, y lo mantuvo como titular durante toda la etapa previa al Mundial y en los primeros cuatro partidos en México.
En medio de todo ese requerimiento, Garré se tomó un rato largo para hablar con El1 para recordar aquella inolvidable coronación. Y, además, para mostrar su orgullo por ser el único matancero que atesora una medalla de campeón en un mundial de fútbol.
Ya pasaron treinta años, Oscar. ¿Te parece mucho o poco?
(Piensa) Por un lado, siento que pasó una eternidad. Y por otro, parece que fue ayer, je. Es increíble que ya haya pasado tanto tiempo… Y el hecho de que, por una cosa u otra, nunca más volvimos a ser campeones, potencia el recuerdo aun más.
¿Lo habías soñado de chico, cuando jugabas en los potreros de Rafael Castillo?
Y sí… En el fondo, es lo que cualquier chico sueña, pero a veces, como en este caso, la realidad supera lo imaginado.
¿Qué recuerdos tenés de aquella época de pibe?
Los más lindos. Yo nací en la casa de mi abuela materna, en Valentín Alsina, pero mis padres estaban terminando de construir la casa en Castillo, en la calle Bouchard, así que a los 15 días de vida ya estaba ahí. Mis raíces están en Rafael Castillo, ahí viví hasta los 22 años, cuando me casé. Fui a la escuela 14, iba caminando desde casa, unas ocho cuadras, con frío, calor, escarchas… Uh, tengo tantos recuerdos…Ahí fui muy feliz durante mi infancia y mi adolescencia. Imaginate el sentido de pertenencia que tengo con La Matanza.
Es fácil imaginar que tu juguete favorito era una pelota, ¿no?
Sí, claro. Recuerdo que con los chicos del barrio limpiábamos un terreno que había cerca y hacíamos los bordes con palas para después pintarlas con cal. Y también íbamos a buscar los palos para hacer los arcos.
¡Ah, era un potrero casi profesional!
(Se ríe) Olvidate. Quedaba muy bien la canchita. También íbamos a otros barrios a jugar, como visitantes. Me acuerdo que muchas veces jugábamos en Manzanares y en El Torero. También en Villegas. Ahí, frente a la estación, había un hombre, el señor Coronel, que armaba equipos y los llevaba a los clubes a probarse. Y si a algún club le gustaba algún chico lo cambiaba por pelotas o ropa, para que los chicos puedan seguir jugando en el barrio. De hecho, de ahí es de donde me llevan a probarme a Ferro, donde quedé a los 14 años.
¿Tenés amigos en el barrio todavía?
¡Sí! Mis amigos siguen siendo los de esa época. Viernes por medio nos encontramos en lo de un amigo, Chicho Franco, que tiene canchitas de fútbol en la zona. Hacemos asados, la pasamos bárbaro. Todos buenos jugadores, eh. Está el Chueco Lastra, que jugó en Almirante Brown, Carlitos Díaz, el Pelado Flores, Oscar Ruiz, que estuvo en Morón, Jorge Tropiani, que llegó hasta la tercera de Ferro…
¿Y cómo vivieron ellos tu carrera? Lo disfrutaron mucho. Porque yo era un poco como el representante de todos. Y tengo varias anécdotas con ellos de cuando empecé a jugar. Una vez, le hice un gol a River, justo en la tribuna donde estaban los hinchas de River. Y en eso escucho que me gritan “Pelado” y que me putean. Y reconozco la voz: era Chicho, el amigo que recién te conté que tiene las canchitas en Castillo, que es fanático de River. Todavía hoy nos reímos cuando nos acordamos.
¿Cómo fueron tus inicios en Ferro?
Y, muy difíciles. Hubo mucho sacrificio. Durante mucho tiempo tuve que entrenar y trabajar al mismo tiempo. Laburaba en un reparto de gaseosas Crush. Me levantaba a las cuatro de la mañana, me tomaba el 236 hasta Morón y de ahí el tren a Flores. Cerca de ahí cargábamos el camión y salíamos a repartir. Y cuando terminaba, me iba a Ferro. Llegaba tan cansado que, antes del entrenamiento, me tiraba a dormir debajo de la tribuna local. Ahí nació el apodo de Ciruja (ver recuadro).
La charla con Garré va y viene entre recuerdos de la infancia, anécdotas de su arranque como jugador profesional y el constante reconocimiento a Carlos Timoteo Griguol, el entrenador que llevó a Ferro a lo más alto durante la primera mitad de la década del 80. Pero su cara se transforma cuando El1 propone hablar de su paso por la Selección.
Se habla mucho de la Copa del Mundo de México, pero me parece que también hay que hablar de las Eliminatorias que tuvieron que pasar para llegar al Mundial, ¿no?
Sí, coincido. Las Eliminatorias fueron muy duras. Cada partido era una guerra. En Venezuela, apenas bajamos en el aeropuerto, aprovecharon el tumulto para pegarle una patada a Diego (Maradona).
Uh, tremendo.
Sí, una cosa de locos. En Colombia tuvimos que ir a dormir al último piso del hotel del ruido que hacía la gente en la puerta. Y en Perú, peor. Estuvimos todo el tiempo escoltados por el ejército. Era la época de la guerrilla, con Sendero Luminoso, y había amenazas por todos lados. Por suerte, pudimos clasificarnos. Con angustia, luego de empatarle a Perú en el Monumental casi sobre la hora, pero nos clasificamos. Y ahí arrancó otra historia.
Una historia que, en la previa al Mundial, tampoco fue demasiado tranquila.
No, porque no jugábamos bien, la gente no estaba identificada con nosotros. Hasta lo querían echar a Bilardo… Es cierto que no estábamos en un buen nivel, pero también hubo medios que fueron muy mal intencionados que nos tiraron a los hinchas en contra.
Hasta que llegó el Mundial…
Sí, ahí todo cambió. Hicimos un muy buen laburo previo en la concentración del América y mejoramos mucho. Arrancamos bien contra Corea. Después, empatamos contra Italia, el último campeón, pero le tendríamos que haber ganado porque fuimos muy superiores. Y después no tuvimos problemas con Bulgaria.
Después de esos partidos vino el choque de octavos de final, contra Uruguay, que terminó siendo el último tuyo en la Copa.
Sí, y sabíamos que iba a ser complicado. Fue un 1-0 muy duro, aunque tendríamos que haber hecho algún otro gol. Era un clásico, y siempre ese tipo de partidos tienen una carga extra. Venían con eso de la sangre charrúa, te querían ganar de guapos, pero nosotros no nos quedamos atrás. ¡Sabés como metimos garrote! En ese partido me mostraron la segunda tarjeta amarilla del torneo y me quedé afuera del partido contra Inglaterra.
Te tocó ser espectador privilegiado de un partido histórico para el fútbol argentino.
Sí, lo vi desde el banco. Nosotros queríamos quedar al margen de los que se vivía en el país, pero sabíamos que la Argentina estaba convulsionada por ese partido. Obviamente que esas cosas influyeron en la previa, pero durante el partido logramos quedar al margen de todo lo extrafutbolístico. Lo que hizo el monstruo ese día…
El monstruo es…
¡Maradona!, ¿quién va a ser? Lo disfrutamos mucho. Estaba en su mejor momento. Se propuso ser el mejor en esa Copa y lo logró. Contagiaba seguridad. Y te obligaba a jugar bien, porque vos no le podías devolver mal la pelota, si él siempre te la daba al pie. Si se la devolvías a dos metros, te quedabas afuera del equipo. No podías jugar mal con un tipo así. Además, un crack afuera de la cancha también.
¿Por qué lo decís?
Porque cuando Bilardo me vino a decir que el Vasquito (Olarticoechea) iba a jugar en mi lugar contra Bélgica, también vino él a darme ánimo y a decirme que no afloje. ¡Y cómo iba aflojar! Era un gran grupo ese. El que se quedaba afuera, era el primero en alentar. El Vasquito lo hizo conmigo al principio. Y yo lo hice con él después.
Y pasó Bélgica, después Alemania, y salieron campeones del mundo, Oscar. Y vos fuiste uno de ellos. ¿Qué sentís hoy, treinta años después?
Un orgullo enorme (se emociona). Cuesta explicarlo, se te vienen un montón de cosas a la cabeza. La infancia en Castillo, todo el esfuerzo que hice para llegar a Primera… Es como un cuento que se hizo realidad. Y sí, yo estoy adentro de ese cuento.
LOS CUATRO APODOS DE OSCAR
¿Cuántos sobrenombres puede tener una persona? Uno, seguro. Hasta dos se podría decir que es bastante común. Tres ya es demasiado. Pero cuatro ya entra en el terreno de lo extraordinario. No obstante, ahí anda Oscar Garré con sus cuatro apodos a cuestas. Todos marcan una etapa de su vida y los lleva con enorme orgullo. Cuando anda por Rafael Castillo, sus amigos de la infancia le siguen diciendo Pelado. “Como no teníamos mucha plata, mi mamá le decía al peluquero que me pasara la máquina casi al ras de la cabeza así no tenía que volver tan rápido, ja. Andaba siempre pelado”, se ríe hoy Oscar. De su paso por el fútbol surgieron los otros tres: Perro, Ciruja y Mago. El primero de ellos está relacionado a su contracción a la marca férrea, como un “perro de presa”. “Me lo puso el Viejo (Carlos Griguol), en Ferro”, recuerda. Lo de Ciruja tiene que ver con que, luego de trabajar durante toda la mañana, Oscar solía dormir la siesta debajo de la tribuna local de la cancha de Ferro, antes de que empiece el entrenamiento. Y sus compañeros, al ver esa imagen repetidas veces, lo bautizaron de esa manera. Mago, en tanto, también lleva la autoría de Griguol. “Hubo una seguidilla de partidos en los que ganamos sobre la hora con goles míos. Y, por eso, Timoteo me empezó a decir mago, porque aparecía cuando nadie lo esperaba, je”.
BILARDO, EL HOMBRE DE LAS MIL ANÉCDOTAS
Siempre (pero siempre, eh), cuando se charla con algún jugador que fue dirigido por Carlos Bilardo se llega a un momento en el que el entrevistador le pide al protagonista que cuente alguna anécdota del entrenador. La respuesta siempre (pero siempre, eh) es la misma: “Uh, tengo miles”. Luego, la memoria del futbolista de turno empieza a funcionar hasta que se detiene, al azar, en uno de esos recuerdos. Como este que le cuenta el Mago a El1. “Esta es increíble. ¿Viste el otro día que el jugador boliviano que le hizo marca personal a Messi apenas terminó el partido le pidió la camiseta? (NdeR: se refiere a Diego Berajano, en el 3-0 de Argentina en la Copa América) Bueno, me hizo acordar a que Bilardo siempre le decía a Diego (Maradona) que le prometiera la camiseta a varios rivales pero que les dijera que se las iba a dar si estaban cerca, porque ya se la habían pedido antes. ¿Qué pasaba entonces? En los últimos minutos de los partidos, Diego tenía a cuatro o cinco tipos cerca de él y quedaban sin marca tres o cuatro jugadores nuestros. ¡Mirá los detalles en que pensaba!”. Garré se ríe al recordar la historia. Y la mente, ya en un flashback irrefrenable, le permite aportar un bis.
-¿Te cuento otra?
- Dale.
- ¿Te acordás que cuando clasificamos para el Mundial, contra Perú en River, había llovido y la cancha estaba toda embarrada? Bueno, un par de meses después fuimos a jugar un amistoso a México. Estábamos por salir a la cancha y vemos que, del locker, Bilardo saca una bolsita con un par de zapatos embarrados y se los pone. ¡Eran los que había usado aquella vez! ¡Y lo había guardado así para volver a usarlos!
-Increíble
(Risas) Sí, se aferraba a esas cosas. Pero ojo, eh… Laburaba mucho. Muchísimo. Y no dejaba nada librado al azar.