Medina, la deportista de la UNLaM trasplantada que clasificó para los XX Juegos Mundiales

María Elena Medina, una atleta que representa a la UNLaM, demuestra que se puede disfrutar de una vida normal pese a haber tenido que afrontar un trasplante de riñón. Brilló en los Juegos Nacionales, en Mendoza, y se clasificó para los XX Juegos Mundiales. Una historia que emociona y que invita a reflexionar sobre la importancia de donar órganos.

Hay historias en el deporte que exceden lo estrictamente competitivo y se transforman en algo mucho más trascendente. Son las que parten de una disciplina deportiva para derivar, finalmente, en un ejemplo que sirve para cualquier ámbito de la vida.

María Elena Medina, una deportista de 29 años de la Universidad Nacional de La Matanza, y vecina de Isidro Casanova, es protagonista de una de estas historias. Una historia que emociona y enseña.

En este caso, es necesario y conveniente empezar por el final: Medina la rompió en los Juegos Nacionales para trasplantados, disputados entre el 21 y 26 de abril en Mendoza. Ganó seis medallas en cinco disciplinas distintas: atletismo, caminata de 3KM, lanzamiento de jabalina, lanzamiento de pelota y salto en alto.

Tan bueno fue su desempeño que logró la clasificación para los XX Juegos Mundiales, que en agosto se desarrollarán en Mar del Plata, en los que serán los primeros juegos que se realizarán en suelo latinoamericano.

Hasta allí, la información deportiva. La muy buena noticia de que una atleta de la UNLaM representará al país en una competencia que tiene el patrocinio del Comité Olímpico Internacional. Nada menos. Pero antes de ese final feliz, María Elena transitó un camino con varios obstáculos. Que superó con valentía y, fundamentalmente, con mucho amor.

Cambio de vida
¿Cómo es enterarte a los 19 años que tenés una enfermedad renal crónica y que entrás a una larga lista de espera para recibir un riñón? Medina lo cuenta con lujo de detalles: “Al principio, no entendía mucho. Parecía que se me venía el mundo abajo. Fue un impacto muy grande tener que modificar mi estilo de vida, que era como el de cualquier chica de 19 años, porque me vi obligada a empezar a cuidarme en las comidas y a pasar tres veces a la semana cuatro horas en una máquina de diálisis. Pero con el tiempo, lo fui aceptando, porque asumí que tenía que estar bien para cuando llegara el momento del trasplante”.

Seis años y ocho meses. Ese fue el tiempo que transcurrió entre el primer diagnóstico y el día en que le informaron que se preparara porque había llegado el riñón que ella necesitaba. Fue un 15 de febrero de 2014. Una fecha que María Elena ya tiene grabada para siempre en su corazón. “Yo celebro dos cumpleaños. El 12 de agosto, que fue cuando nací, y el 15 de febrero, que fue como si hubiera vuelto a nacer”, grafica, emocionada.

Durante el lapso que pasó entre el conocimiento de la enfermedad y la operación, Medina fue viviendo y creciendo. Como pudo. Pasando por momentos buenos y malos. Apoyada por el amor infinito de su papá Julio, de su mamá Dionisia y de muchos otros familiares y amigos. Y de la contención de sus compañeros de diálisis. “Ellos fueron como una nueva familia”, los define.

En 2012, su situación empezó a complicarse. Y allí María Elena comenzó a aceptar una idea a la que se rehusaba en un principio: que su mamá sea la donante. De hecho, Dionisia ya estaba completando todos los exhaustivos estudios necesarios para realizar el trasplante cuando llegó ese fantaseado 15 de febrero. “Fue como lo había soñado. Te lo juro”, le dice a El1 Digital. Y amplía: “Siempre me imaginé que me lo iban a decir en un día muy soleado, y que yo iba a estar acompañada de Carlos Lirio, mi médico de la Fundación Favaloro, y de mis amigos de diálisis. Y así fue”.

Medina saludó a cada uno con un beso. Recibió el aliento de todos e ingresó al quirófano. La operación salió a la perfección. Y la recuperación fue mejor aun, ya que contra todos los pronósticos, estuvo un solo día en terapia intensiva y luego la pasaron a una sala común.

En el relato de esta historia solo falta la aparición de una protagonista. Una mujer que, por cuestiones legales, es anónima. Una heroína: la donante. “Lo único que sé de ella es que tenía 41 años cuando falleció por un ACV”, cuenta María Elena. Y agrega: “Los primeros meses sentía la necesidad de conocer a sus familiares. Pero por ley eso está prohibido. Solo puede darse escribiendo una carta al INCUCAI para que se arme el vínculo. Es algo que aun tengo pendiente. Esa persona que me donó el riñón le salvó la vida a siete personas. Es algo mágico. Yo todos los días le hablo. Le digo ´bonita’, y le agradezco lo que hizo”.

El día después
El 16 de febrero de 2014, María Elena comenzó con su nueva vida. Siguió escribiendo, algo que la apasiona (se recibió de periodista en la escuela ETER antes del trasplante), y, por consejo médico, comenzó a hacer deportes. Y allí apareció la UNLaM, con su imponente campus para contenerla. “La Universidad, para mí, es como una bendición. Es una gran suerte estar en este lugar para entrenar, tener las profes que tengo (Analía Resche y Evangelina Salazar)… La mayoría de mis compañeros no tiene esa posibilidad”.

Así, María Elena, que ya se había sumado a la Asociación de Deportistas Trasplantados (ADETRA), empezó a caminar. Luego a correr. Después a saltar y a lanzar jabalinas y pelotas. A ganar medallas en Juegos Nacionales para trasplantados. Y a clasificarse para unos Juegos Mundiales donde representará al país.

A veces, el deporte regala historias que exceden lo deportivo. Y que hacen emocionar y aprender. Como la de María Elena Medina. Una verdadera campeona. Adentro de una pista de atletismo. Pero mucho más, fuera de ella.