Corría por plata en González Catán y ahora sueña con dejar huella en el Mirasol

Antes de ser futbolista profesional, Samuel Portillo se ganaba el mango en carreras callejeras. “Mi récord fue 11,40 segundos en 100 metros”, cuenta.

Basta con imaginarse la situación, la geografía y el entorno para trasladarse a un escenario fascinante. Al estilo de esas películas asiáticas, con terrenos fangosos, pies descalzos y un racimo de atletas callejeros corriendo 100 metros para ganarse unos mangos.

Algo de esto hubo en la vida de Samuel Portillo, uno de los refuerzos de Almirante Brown para el segundo semestre. No fue en Vietnam ni en Camboya, sino acá nomás, en González Catán, donde supo poner a prueba su atributo físico para llevarse unos billetes al hogar.

“Desde los 15 años, más o menos, antes de dedicarme profesionalmente al fútbol, corría carreras. Eran de 50 o 100 metros. Yo vine de Paraguay a trabajar como pintor y después me iba a correr a Catán. Mi récord fue 11,40 segundos en 100 metros”, recuerda el atacante de 30 años.

Puro Ascenso

Nacido en la ciudad paraguaya de Itauguá, a unos 20 minutos de Asunción, Portillo ingresó de grande (24 años) al fútbol de AFA y ya se dio el lujo de festejar dos ascensos: con Villa San Carlos (de la C a la B Metro en 2019) y con Deportivo Riestra (a Liga Profesional en 2023).

“Estaba jugando en la liga amateur de La Plata y me vio un señor que me llevó a Villa San Carlos, en la Primera C”, agrega. Sin mucho rodaje en el Malevo, el delantero guaraní se entusiasmó con su llegada al Mirasol. “Es un club muy grande. Es muy lindo estar acá. Vine para poder sumar unos minutos y ayudar al equipo”, celebra.

Como si la rapidez fuera un mandato que lo alimenta a diario, Portillo llegó al club, armó el bolso y se fue a jugar la Copa Argentina contra Boca Juniors. Jugó medio tiempo y hasta tuvo una media vuelta que se fue por encima del travesaño.

Este fin de semana, Daniel Bazán Vera también lo tiró a la cancha contra Atlanta en el segundo tiempo. Todo en un santiamén, como lo digita el pulso de su vida. Como lo hacía en esas pistas improvisadas de González Catán, pero hoy con una pelota como señuelo.