Se cumplen 31 años de la muerte de Cortázar

En conversaciones con El Retrovisor, por Radio Universidad, la Madre de Plaza de Mayo y militante de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, Adelina Dematti De Alaye, delineó la imagen del Julio de su juventud pueblerina y aquel que supo encontrar, por las vueltas de la vida, implicado en las causas latinas desde sus palabras y sus actos.

Se supo más fuerte que las palabras y las dominó con una capacidad creativa incomparable, creó realidades y personajes surrealistas capaces de invadir al lector con ternura e interrogantes sobre aquello que llamamos tiempo, espacio o, en fin, la vida. Se ocupo de transformar la literatura de ficción en un instrumento de libertad y consciencia social mediante el cual enarboló la bandera de los Derechos Humanos. Regó las mentes de varias generaciones con sus 80 mundos fantásticos e hizo que, desde entonces, su lectura sea imprescindible.

El ícono del relato breve, maestro del ritmo y el manejo de los tiempos narrativos, nació circunstancialmente en Bruselas un 26 de agosto de 1914, en medio de la primera guerra mundial, que llevó a su familia a instalarse en la localidad bonaerense de Banfield. En la década del ’30, se recibió de Maestro Normal y Maestro Normal en Letras, títulos que lo llevarían a transitar por diversos puntos de Buenos Aires y el interior para, más tarde, autoexiliarse en Europa y trabajar allí como traductor en inglés y español de obras literarias, entre las que se contaban los cuentos de Edgard Allan Poe.

Pero mucho antes de su periplo y posterior transformación en referente del boom latinoamericano, Cortázar ejerció la docencia en distintos pueblos del interior de la provincia de Buenos Aires, como Chivilcoy, donde dictó clases de historia, geografía e instrucción cívica. La Madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora, Adelina Dematti De Alaye, lo conoció siendo alumna del cronopio, entonces delgado e imberbe.

“Para nosotros, el timbre de salir al recreo era un agravio, porque escucharlo a Cortázar explicando la historia contemporánea era increíble. No hacía falta ir al libro, porque él lo había desgranado con un lenguaje que nos hacía quedar embobados. Estábamos enamoradas de él, era distinto a todos”, recordaba emocionada la referente que, cuando adolescente, no sospechaba que su profesor de la adolescencia se transformaría en “un escritor de excelencia, y barbudo”.

Ella tampoco sospechaba su propio destino. El 5 de mayo de 1977, su hijo Carlos Esteban era secuestrado por personas vestidas de civiles, en las calles de Ensenada. Desde entonces, se unió a esos encuentros frente a la Casa Rosada que dieron lugar a Madres de Plaza de Mayo. Con su oficio de maestra, Adelina formó un archivo de fotos, artículos, publicaciones oficiales, y todo aquel papelito que sirviera de información para hallar a los desaparecidos. Hoy, ese acervo artesanal se encuentra en el "La marca de la infamia. Asesinatos, complicidad e inhumaciones en el cementerio de La Plata", un documento fundamental para la averiguación de todas las vejaciones que se realizaron durante la última dictadura.

La Revolución Cubana lo adentró en el día a día de los pueblos latinoamericanos, sumidos en la opresión y el terrorismo de Estado. Hasta ese momento, sus textos se destacaban por una búsqueda existencial y una exploración del realismo mágico. Textos como “La reunión” (Todos los fuegos el fuego, 1966), y “Apocalipsis en Solentiname” (Alguien anda por ahí, 1977) dan cuenta de esta conversión, cuyo exponente fue la publicación de la novela “El libro de Manuel” (1973).

Con la gesta de la lucha en sus espaldas, Adelina fue en busca del reencuentro. “Ocurrió cuando viajé por primera vez a Francia, en septiembre del ‘79. Entre las primeras cosas que hice, fui a pedir su teléfono. Me presenté, le dije mi nombre y mi apellido, le digo que lo conocía de Chivilcoy porque había sido su alumna, pero ahora mi presencia era la de una Madre de Plaza de mayo. Cuando escuchó eso, gritó ‘¡te quiero ver!’", contó.

Desde entonces, el contacto entre la militante y Cortázar fue permanente. Se encontraban en reuniones de grupos de exiliados y encuentros de debate con otras personalidades que daban cuenta del horror que arrasaba con los pueblos de América. “Después estuve en el coloquio de París, inaugurado por él, y tendría que haber estado en el ‘82 en México, en el diálogo de las Américas, que era un encuentro de intelectuales congregados para hablar de la situación de los países como la Argentina. Él iba a iniciar el diálogo, pero llegó un fax con su texto, disculpándose porque estaba en Nicaragua con Carol (Dunlop) y debía regresar de urgencia a Francia por un virus que tenían y que no se podía combatir. Tiempo después, falleció Carol y dos años más tarde, falleció él”.

Hasta 1984, con Francia como epicentro de su creación literaria y su conexión militante, Julio mostró su faceta más humana y coherente en constante diálogo con su eterna imaginación que, a prueba de cambios socioculturales, políticos e históricos, persiste con vigencia en cada una de sus páginas.