Macedonio Fernández, el escritor que inspiró a Jorge Luis Borges

El autor de “Museo de la novela eterna” nació el 1 de junio de 1874. Fue un referente de la vanguardia literaria de los años 20 del siglo pasado que dejó discípulos. Borges lo conoció de joven porque era amigo de su padre.

Si la literatura argentina se define en un antes y después de Jorge Luis Borges como en la Biblia, Macedonio Fernández podría ubicarse en el libro del Génesis. Porque, para que Borges sucediese, hubo una serie de profetas que lo anticiparon. Y Macedonio fue uno de ellos.

Macedonio Fernández nació en Buenos Aires el 1 de junio de 1874 y murió el 10 de febrero de 1952 a los 78 años. Fue considerado un vanguardista y un autor que manejaba muy bien la incomodidad. También fue abogado, se casó y tuvo tres hijos. Tras la muerte de su esposa, se dedicó por entero a la literatura y a la filosofía. La oralidad de Macedonio fue más importante que la palabra escrita, ya que publicó más por la insistencia de sus amigos que por decisión propia. Y, en el caso de “Museo de la novela eterna”, apareció muchos años después de su muerte.

La veneración que los Borges, Jorge Guillermo y Jorge Luis, sentían por Macedonio era suprema y lo recibían siempre con honores en la casa familiar. Macedonio dominaba la escena: quizás en la actualidad hubiese sido un Youtuber. Claro que esa unánime opinión sobre Macedonio no era compartida por doña Leonor Acevedo, la madre de Jorge Luis, según consta en la biografía que sobre ella escribió de Martín Hadis.

Según los especialistas, Macedonio tenía un tono parecido al de Cervantes, el autor de "El Quijote". Sin Rocinante ni ladero, Fernández fue un caballero andante de la Buenos Aires que dejaba de ser una aldea. Borges señaló que en sus años juveniles lo imitó hasta llegar al “devoto plagio” y lo definió a lo grande al hablar ante su tumba: “Fue filósofo porque anhelaba saber quiénes somos. Fue poeta porque la poesía es la forma más fiel de transformar la realidad. Fue novelista porque sintió que cada yo es único, como cada rostro, aunque razones metafísicas lo indujeran a negar el yo”. (Revista Sur).

“No hubo conversación que me impresionara tanto” en toda la vida, confesó el autor de “El Aleph”. Esas charlas se daban de manera regular los sábados en el bar “La Perla” de Once, donde tiempo más tarde nacerían “La balsa” y el rock nacional. Entre el rumor de los parroquianos se escuchaba a Macedonio disertar sobre la plenitud del ser. Como contertulios de esa mesa selecta estaban Santiago Dabove y su hermano Julio César, entre otros.

Formaron un grupo que se llamaba “La triquia”, al que no era fácil entrar. Convengamos en que la escritura de Macedonio no es nada fácil. Es una gramática de la oralidad, en algún sentido.  “Definir a Macedonio parecería una empresa imposible”, sostuvo Borges, a quien se le atribuye la construcción imaginaria de Macedonio.

Otro de los discípulos fue Ricardo Piglia, quien advirtió sobre la característica de sus formas de escribir. “En Macedonio la escritura nunca es lexical, se juega en la sintaxis y en el ritmo de la frase. Macedonio es el escritor que mejor escribe el habla desde José Hernández”, afirmó en “Notas sobre Macedonio en un Diario”. Para el autor de “Respiración artificial”, era “convertirse en inédito, borrar sus huellas, ser leído como se lee a un desconocido, sin previo aviso”.

Esa forma de hablar “macedoniana” alcanza a Julio Cortázar y, por qué no, a muchos otros autores que ni siquiera lo sospechan. Macedonio es un aura potente, una estrella que sigue fulgurando pese a los empecinamientos de la muerte.