Mauricio Dayub: “Soy un ejemplo vivo de que puede lograrse lo que se desea”
El actor llega al Teatro Universidad con su multipremiado espectáculo “El equilibrista”. Habló sobre la construcción de la puesta escénica, su valor personal y profesional. Su regreso a la UNLaM y su libro de cuentos.
El viernes 21 de abril, a las 21.30, se apagarán las luces de la platea y se encenderán las del escenario del Teatro Universidad. Luego, aparecerá un puente, no material, sino espiritual, que generará una fuerte unión entre ambos sectores. Es que Mauricio Dayub presentará su multipremiado espectáculo El equilibrista, conformado por entrañables relatos y eclécticos personajes que traspasarán los límites espaciales para provocar significativas emociones y reflexiones en el público.
De hecho, El equilibrista se trata de la historia que cada persona podría contar acerca de su vida si pudiera volver a la infancia. Una historia movilizante, atravesada por deseos y sueños, por lo que los espectadores saldrán de la sala con el ímpetu necesario para demostrar que el mundo es de los que se animan a perder el equilibrio.
Para adquirir las entradas, los interesados deben acercarse a la boletería del auditorio de la Universidad Nacional de La Matanza (UNLaM), de lunes a viernes de 11 a 21 y sábados y domingos de 15 a 20, o ingresar al sitio web Ticketek.
- Hay hechos que marcan un antes y un después en la vida. ¿Cuánto influyó, décadas atrás, tu viaje a Yugoslavia para la creación de la obra?
- ¡Muchísimo! Son esas casualidades, causalidades, de la vida. Hice ese viaje con otro objetivo, para rodar una película, y en el camino llovía, entonces me dieron dos días libres y tuve la posibilidad de ir al pueblo donde había nacido mi madre y mi abuela. Hubo varias etapas: la primera fue la sorpresa de saber que donde mi abuela creía que no había nadie, en realidad, había una gran familia, y después fue decantando que ella no podía saber que no estaba esa familia, sino que había decidido pensar que no existía; luego fue el encuentro con ella y cotejar la verdad. Todo eso es difícil explicarlo, de hecho, generaba distintas emociones en diferentes partes de la familia: estaban los que lo comprendían de un modo, y a los que les producía otro tipo de curiosidad y querían saber cómo había sido realmente. Hubo muchas emociones, que es un poco lo que se transmite ahora en el espectáculo.
- Durante la travesía teatral interpretás diferentes personajes, ¿hubo denominadores en común en sus construcciones o cada uno tuvo su proceso particular?
- Hubo elecciones, primero, sobre qué parte de la historia contar, con qué parte de los monólogos que habíamos trabajado con los autores podíamos incluir mi historia familiar. Después, hubo que elegir un orden para que la sucesión de los vestuarios también fuera más artística para el espectáculo, y así pasamos por varias etapas. El denominador común era que cada decisión que tomábamos se entrelazaba con la siguiente, favoreciéndola. Y descubríamos que lo que habíamos planificado antes era muy positivo para lo que seguía, eso nos hacía pensar que estábamos en el buen camino, por como habíamos escogido unir cada personaje y situación, para que fuera creciendo. Asimismo, buscábamos que el espectáculo siempre tuviera lo lúdico, que yo pudiera ser autor, actor, maquinista, vestidor, músico, equilibrista, que se generara un estilo y una forma de desarrollarse.
- Por otro lado, en el transcurso de la obra manipulas diversos objetos... ¿qué te despertaron dichos elementos para, luego, incorporarlos en escena?
- ¡Fue el final de un derrotero de muchos años! Siempre trabajé con elementos, pero, muchas veces, cotejaba con otros directores que los elementos producen resistencia. Es que, cuando en las obras hay varios actores y no todos manejan el mismo nivel, a los directores se les desbalancea el trabajo. Esta vez era un unipersonal, y yo tenía muchos objetos acumulados por probar. Empezó como un divertimento, me la pasaba en la ferretería, en los lugares que se especificaban en gomas, plásticos, resortes, y así fui descubriendo en el camino objetos ya hechos -como la patineta para movilizar a un personaje joven-, y los que inventé, por ejemplo, para hacer sombras y que se movieran. Distintos artesanos me ayudaron a armarlos para que funcionaran mejor con lo que tenía que narrar, ¡fue una parte creativa muy divertida! Recuerdo al asistente de la obra yéndonos a buscar a César Brie y a mí a la ferretería para decirnos '¡Chicos, estamos en horario de ensayo!', y nosotros le respondíamos '¡Estamos ensayando! Si logramos que la cola del perrito haga así 14 veces, va a dar perrito, si lo hace tres o cuatro, no' (risas).
- Los espectadores se suben a una montaña rusa de emociones y, aunque ya hiciste cientas de presentaciones, cada una es un volver a empezar: ¿qué redescubrís función a función?
- El oficio del teatro tiene algo extraordinario, porque te da chance todas las noches. Casi siempre, con las historias familiares, como son los momentos con mi tío, mi padre, o mi abuela, en algún momento que no espero, recibo una emoción para atravesar, trato de transmitir lo de la secuencia, pero, también, de vivir eso que es parte de mi vida y me encanta. Eso que hace que este trabajo sea un poquito más que el teatro de ficción que uno puede hacer cuando un autor le acerca una obra y uno utiliza su oficio para trabajar. Tanto con El equilibrista como con la obra El amateur logro representarme arriba y abajo del escenario. Se trata de espectáculos donde soy muchos rubros -autor, actor, productor- y en los que elegí a las personas para terminar de concretarlos. Por otro lado, me parece que el espectador recibe mucho más que cuando uno hace una pequeña parte como actor contratado.
- Aplausos, lágrimas, risas, elogios y premios fueron las respuestas de la gente para con la obra; en tu caso, ¿qué satisfacciones personales y profesionales te dio, y te da, este espectáculo?
- Yo soy un poco un ejemplo vivo de que lo que uno desea se puede lograr. Me doy cuenta de que a mí me pasó, entonces puedo hablar concretamente de que se puede. Mi "charla TED" consistiría en ir por los pueblos diciendo "¡Vamos que todo aquel que quiera lograr algo lo va a poder hacer!'" Yo no tenía nada: ni apoyo externo, ni dinero, ni contactos. De hecho, la productora dueña de mi sala se llama Sin Contactos Producciones, porque pude hacer todo sin tener ese famoso contacto que me decían cuando empecé. Lo hice como pude, a los ponchazos, y lo logré sin salirme de lo que quería.
- El mensaje de la obra es: "El mundo es de los que se animan a perder el equilibrio". ¿Esta premisa la incorporaste de manera inmediata a tu vida o la fuiste entendiendo a lo largo del tiempo?
- ¡Me llevó mucho tiempo! Todo lo que hice fue mucho más tarde de lo que habitualmente lo hace la mayoría. Decidí seguir mi vocación a los 23 años -y la tenía clara desde los seis-; fui papá a los 53. Me costó, pero me di cuenta en un momento fundamental, y ahí sí coincido con esto de que nunca es tarde. Si no lo hacía en esa ocasión, iba a quedar para siempre dedicado a algo que no era lo mío, mi vida iba a transcurrir por un carril que no era el que me hacía feliz. Sin tener ninguna perspectiva ni dinero, sin conocer Buenos Aires ni tener donde vivir, sin un trabajo, intenté ir por lo mío. Tenía felicidad a raíz de no haber podido antes, ¡no estar en el camino equivocado era un montón para mí! Por eso no tengo ningún recuerdo triste de los comienzos. Un poco de arroz me resolvía, saber que durante 15 días iba a parar en tal lugar también. Lo que más me importaba era tomar clases, aprender, conocer gente, leer, descubrir todas las partes del oficio, ¡eso me mantenía absolutamente arriba y contento!
Reconocimientos
En el transcurso de su recorrido escénico, la obra El equilibrista ha sido distinguida con Premios ACE, Estrella de Mar, Konex, José María Vilches y Trinidad Guevara.
- En tus comienzos artísticos, viajaste desde Santa Fe rumbo a Buenos Aires...
- En Santa Fe estaba haciendo teatro en un grupo, y sentí que irme implicaba una pérdida para el conjunto, porque no éramos muchos los que lo hacíamos, y yo ya tenía un rol bastante asignado. Ahí dije 'No puedo dejar este grupo con una ausencia si no pongo esto que hago acá en otro lado'. Si en cinco años no era lo mismo que en Santa Fe, tenía que volver, recuperar mi lugar, y seguir aportando al conjunto lo que yo le daba. Cuando estaba rondando los cuatro años, no estaba en ningún lado, no lograba desarrollarme, no hacía nada de lo que hacía en mi grupo de Santa Fe. Si no empezaba a desarrollarme con más importancia iba a tener que volver, y ahí se fueron dando algunas cosas que me permitieron avizorar que lo mío, en algún momento, se iba a concretar, ya que uno no está tan seguro de serle útil al oficio, porque puede tener una vocación, pero no estar dotado para llevarla a cabo.
- En tus proyectos artísticos personales, ¿qué sentís cuando las historias que compartís traspasan e interpelan al público?
- Hacen que el trabajo pase de ser un entretenimiento a un lugar donde se puede rever la realidad, a lograr entrar en esa otra dimensión que, exageradamente, podría decir que es algo sagrado, que toca un punto que nos pone como en estado de gracia. Cuando alguien le puede transmitir algo a otro, y eso lo ayuda en su vida, para mí, es el motivo final de la razón de vivir. Hemos venido a la vida a encontrarnos y, si en ese encuentro, lo que hacemos potencia, inspira al otro, estamos haciendo lo máximo a lo que uno puede aspirar. Si además uno lo hace desarrollando su vocación, lo que más le gusta, ¡la felicidad es casi completa!
El ansiado regreso a la UNLaM
En 2021, Mauricio interpretó al jefe de Gabinete en la película Yo nena, yo princesa, dirigida por Federico Palazzo, basada en el libro de Gabriela Mansilla, y rodada en la UNLaM. Sobre su experiencia en esta Casa de Altos Estudios, el actor destacó: “Me impactó muchísimo la Universidad, lo bien pensada y cuidada que está, lo enorme que es. Cuando la vi, dije "¡Esto es posible, está ocurriendo, es un hecho!”
Asimismo, este mes, regresará a la UNLaM para desarrollar su función de El equilibrista en el Teatro Universidad: “Me produce mucha alegría ir a trabajar donde hay tantos estudiantes, en tantas carreras distintas, en una universidad extraordinaria, con una sala dotada. Es un ejemplo que, ojalá, se pueda multiplicar”.
Historias que trascienden las páginas de un libro
Tiempo atrás, Dayub publicó su libro Alguien como vos, de Editorial Sudamericana. Allí, presenta cuentos que abordan tópicos como: los amigos, el barrio, el potrero, los carnavales, el primer día de clases, el club, los superhéroes reales, el amor imposible, la despedida de la casa de los padres, los sueños, la gran ciudad, las ilusiones, el trabajo, el dinero, la muerte y Dios.
Sobre el proceso de la obra literaria, recordó: “¡Fue soñado! Porque no tuve que golpear ninguna puerta, ni convencer a ningún editor. Empecé a compartir los cuentos con la gente que me rodeaba, que me preguntaban si tenía más, entonces les mandaba otro y otro. Hasta que, un día, conté uno de ellos en una entrevista radial y, al salir, me llamaron por teléfono para preguntarme si quería ir todas las semanas con un nuevo relato. Eso me hizo sistematizar el mecanismo de la escritura, para siempre tener un texto acabado y pasarlo al aire. Escuchó Fernanda Mainelli de Penguin Random House y me propuso editarlos. En ese momento ya tenía como unos 20 listos, y otros 20 en mi cabeza. Me puse a bucear en un cuaderno donde anotaba el título de cada historia que se me ocurría y que me parecía que me había enseñado algo. Así armé este libro con más de 40 relatos reales”.