Borges y Bioy Casares: elogio de la amistad

Es una de las relaciones más fraternales que la literatura argentina haya dado. Fueron amigos por más de 40 años hasta la muerte del autor de “El Aleph”. En el medio hubo de todo: cenas hogareñas, escritura en colaboración, vacaciones en Mar del Plata y hasta un distanciamiento en el final.

Por Daniel Artola

Suena trillado, pero vale la pena insistir en un tópico interesante de la literatura argentina: la amistad entre Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Es arriesgado proponerlo, pero es un género literario en sí, porque se escribe y se escribió mucho al respecto. La cumbre de esa manifestación es la publicación hace años del libro “Borges”, de Adolfo Bioy Casares, cuando ya estaban muertos los dos. El texto es un largo y detallado diario que Bioy escribió a lo largo de décadas desde la segunda mitad de la década de 1940.

En esas notas con fecha y bajo el pie: “Come en casa Borges” aparece un Borges suelto que opina sobre colegas, situaciones políticas y cotidianas, a veces, escandalosas. El libro derivó en una causa judicial iniciada por María Kodama (“Bioy traicionó a Borges porque lo envidiaba”) que terminó por sacar el texto de circulación. Hoy es un incunable que se revende a precios millonarios.  

Hubo debate sobre si está bien o está mal ventilar cuestiones de la intimidad. Más allá de eso, para algunos críticos literarios, ese mamotreto de 1.600 páginas es uno de los títulos más importantes de la literatura de este siglo, ya que fue publicado en 2006. Pero antes, en la precuela, como se dice en el idioma Netflix, el origen de la amistad tiene que situarse en 1931 en una reunión social organizada por Victoria Ocampo, la gran dama de la cultura, impulsora de escritores y fundadora de la revista “Sur”.

Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares.

Historia de un encuentro

Bioy cuenta que hablaron sin parar, desentendiéndose del resto de los participantes. Borges tiró una lámpara, causó alboroto y los incipientes amigos recibieron la reprimenda de la anfitriona: “No sean mierdas y hablen con los invitados”. Como travesura y forma de rebeldía ante la dama de carácter, Borges y Bioy se fueron de la fiesta.

“Mi amistad con Borges procede de una primera conversación ocurrida en 1931 o 32 en el trayecto entre San Isidro y Buenos Aires. Borges era entonces uno de nuestros jóvenes escritores de mayor renombre y yo, un muchacho con un libro publicado en secreto y otro con seudónimo. De aquella época me queda un vago recuerdo de caminatas entre casitas de barrios de Buenos Aires o entre quintas de Adrogué, y de interminables exaltadas conversaciones sobre libros y argumentos de libros”, evoca Bioy.

Pero pasarían unos años hasta que la amistad se consolidase del todo. "En 1935 o 36 fuimos a pasar una semana en una estancia en Pardo. Con el propósito de escribir en colaboración un folleto comercial aparentemente científico sobre los méritos de un alimento más o menos vulgar. Hacía frío, la casa estaba en ruinas, no salíamos del comedor en cuya chimenea crepitaban ramas de eucalipto. Aquel folleto significó para mí un valioso aprendizaje. Después de su redacción, yo era otro escritor más experimentado y avezado. Toda colaboración con Borges equivale a años de trabajo”. La admiración del discípulo por el maestro es notable. Aunque, en verdad y pese a los 15 años que le llevaba Borges a Bioy, eran pares. Según cuentan especialistas, ese folleto que redactaron juntos sobre “un alimento más o menos vulgar” era un producto de la fábrica de leche “La Martona”, propiedad de la familia Casares.

Dice la leyenda que “Adolfito”, así le decían a Bioy, había conseguido ese trabajo para ayudar a la economía de don Jorge Luis. Se trató del primer trabajo a cuatro manos. Luego vinieron los cuentos de “Isidro Parodi”, firmados por Honorio Bustos Domecq, el nombre de fantasía que eligieron para ocular la identidad. Así, se sucedieron otros escritos y hasta la organización de colecciones de libros policiales y fantásticos con la colaboración de Silvina Ocampo. La extraordinaria escritora, que estaba casada con “Adolfito” y formó ese terceto singular, se asombraba al escuchar las risas de los dos señores mientras escribían.  

Amistad, distancia y adiós

La amistad desde lo intelectual y lo afectivo se daba pese a las diferencias de edad y de cuna. Borges había nacido cuando se iba el siglo XIX, en 1899, y Bioy, en 1915. El primero era tímido con las mujeres y “Adolfito”, muy enamoradizo. Para Borges, la amistad no necesita de una frecuencia pertinaz y diaria como el amor. “La amistad no necesita de la frecuencia. El amor, sí. La amistad y, sobre todo, la amistad de hermanos puede prescindir de frecuencia. En el amor, no, el amor está lleno de ansiedades, de dudas, guía de ausencia. Puede ser terrible, pero yo tengo amigos íntimos a quienes veo tres o cuatro veces al año.  Por ejemplo, con Bioy Casares nos vemos cuatro o cinco veces al año y somos íntimos amigos”, detalló en un reportaje de 1980 en Televisión Española.  

Esa relación se desdibujó en los últimos años de vida de Borges. ¿El motivo fue María Kodama, la asistente y esposa de Borges? Así sugirieron algunos amigos de todo la vida y biógrafos como Alejandro Vaccaro, presidente de la Fundación El Libro. Bioy no supo en el momento de la enfermedad declarada de su amigo que lo llevaría a la muerte. Tras casarse, Borges partió a Italia a fines de 1985 y el destino final fue Suiza, donde encontraría la muerte.

Ya enfermo, hizo un llamado telefónico desde Europa para despedirse. Bioy recordó que le preguntó cómo estaba y Borges le contestó: “Regular, nomás”. Bioy le contestó: “Estoy deseando verte”. Y Borges cerró: “No voy a volver nunca más”. Tras cortar la comunicación, Silvina le hizo notar a su esposo que Borges estaba llorando del otro lado de línea y Bioy aseguró que sí, que había llamado para despedirse.  

Bioy hablaría de la muerte de Borges el 14 de junio de 1986, cuando se enteró por casualidad de la triste noticia gracias a una persona desconocida que lo cruzó en la calle y le dio el pésame. Luego de esa conversación extraña, siguió caminando en busca de un kiosco para comprar un libro y se dio cuenta de que había entrado en “un mundo sin Borges”. Sin su amigo del alma.