Universidades y territorios: un vínculo de mutuo beneficio
Daniel Mato, investigador del CONICET y de la UNTREF, estudió las iniciativas de vinculación y extensión de las universidades y analizó cómo el proceso enriquece tanto a la universidad como a las comunidades. Resaltó, además, la necesidad de que estas iniciativas puedan estar debidamente evaluadas y consideradas en las trayectorias académicas.
Con la llegada de la pandemia, diferentes roles de la universidad, como sus funciones de educar y de producir conocimiento y tecnología, se resignificaron fuertemente. Y los vínculos entre las universidades y los territorios en los que están insertadas no fueron la excepción: iniciativas de colaboraciones, donaciones o trabajos en territorio se fortalecieron y se multiplicaron en estos últimos meses.
“Es importante tener en cuenta que estos tipos de iniciativas y de vínculos entre las universidades y su entorno, no sólo deja aspectos positivos en la comunidad, sino también que les deja enormes aprendizajes y aportes a las mismas universidades”, aseguró a la Agencia CTyS-UNLaM Daniel Mato, investigador de la Universidad Nacional de Tres de Febrero y del CONICET.
Doctor en Ciencias Sociales, Mato tiene una significativa experiencia en investigar iniciativas que, según los casos, son nombradas por sus protagonistas como de “extensión”, “voluntariado”, “compromiso social” o “vinculación”. Previo a la pandemia, el investigador estudió y analizó más de 200 experiencias de 40 universidades nacionales en vínculo con las comunidades y organizaciones sociales de sus territorios.
“Una de las principales conclusiones a las que llegué es que, si bien no era el principal propósito de esas iniciativas, las experiencias dejaron enormes aprendizajes tanto a los docentes como a los estudiantes, ya sea porque les permitió identificar nuevas líneas de investigación o problemáticas que no habían visto”, aseguró Mato.
En este sentido, el investigador agregó, como ejemplos, “la posibilidad de que las y los estudiantes confirmen o revisen críticamente en el terreno lo que habían visto en el aula, o que puedan valorar la utilidad del trabajo interdisciplinario. También, permite visualizar la heterogeneidad del territorio, respecto de aspectos como diversidades socioculturales, grupos etáreos, las ocupaciones… no es lo mismo aprender en el aula que transitar y sentir el territorio con el propio cuerpo”.
De esta forma, consideró el doctor en Ciencias Sociales, se puede generar experiencias de colaboración intercultural en la producción de conocimientos, a partir de la integración de distintos saberes. “"Hay aspectos que es más difícil comprender en un aula que en el terreno. El aprendizaje en territorio es importantísimo, porque ayuda para ver cuáles son las preguntas de investigación, qué querés averiguar y para qué”, detalló.
Otro aspecto en el que Mato observó aspectos sumamente positivos fue en el aprendizaje para enfoques más sistémicos. “Estar en el territorio permite comprender la complejidad de problemas del ‘mundo real’, que no pueden resolverse desde perspectivas unidisciplinares y, en consecuencia, comprender y valorar la utilidad de modalidades de colaboración interdisciplinaria”, aseveró.
Para Mato, además, todo el esfuerzo hecho en las universidades en torno al COVID dejará, también, muchos réditos al sistema universitario. “El contexto de pandemia ha generado un escenario único: nunca ha habido tantas cátedras, tantos docentes y tantas iniciativas de universidades y sus integrantes en vínculo con la comunidad. De alguna forma, la COVID-19 visibilizó desigualdades e inequidades en el sistema, y dejará, también, muchos aprendizajes que deriven de la vinculación”, subrayó.
Una deuda institucional
Para Mato, uno de los principales desafíos para capitalizar mejor estas experiencias de vinculación es desarrollar prácticas de sistematización y evaluación de estas experiencias.
“En los casos en que existen mecanismos de evaluación de estas experiencias, generalmente no han sido consensuados ni están suficientemente afinados. Nuestras universidades, de uno u otro modo, son sometidas a muchos controles de calidad, pero estos pasan más por las funciones de investigación y docencia. La extensión, históricamente, siempre fue considerada como la ‘cenicienta’”, amplió el científico.
En este punto, Mato señaló que entidades como la Red Nacional de Extensión Universitaria ha insistido mucho en este aspecto, y se han dado algunas iniciativas, pero de forma muy aislada. “Algunas universidades han empezado a otorgar puntos por actividades de extensión, o lo han incorporado para los concursos docentes. Pero se trata de casos aislados, en la mayoría de los casos lo más importante sigue siendo los títulos y los trabajos publicados”, aclaró.
El investigador también destacó la importancia de tener mecanismos e instrumentos de recolección de datos, así como modos de evaluarlos. “No tiene que ser como que ‘ya cumplimos con la cuota de extensión’, y que quede ahí. Preguntémosle a los docentes y estudiantes qué aprendieron, qué aspectos nuevos vieron, qué innovaciones se podrían incluir de cara al futuro”, señaló.
Para Mato, además, una de las consecuencias más positivas que surgen de estas experiencias de colaboración interacciones entre las comunidades y las universidades, no son sólo los beneficios que se llevan cada una, sino la resignificación que tienen ciertos sectores del ámbito universitario.
“En mis experiencias de vinculación con diversos sectores populares he podido observar cómo los jóvenes de esas comunidades suelen ver a las universidades, y a quienes estudian y enseñan en ellas, hasta que se las encuentran en su propio contexto. Muchas y muchos de ellos decían que la universidad no era una opción ni una posibilidad. Las experiencias de vinculación, entonces, abren expectativas de jóvenes que nunca se hubieran acercado a la universidad”, concluyó.