A 40 años de la peor tragedia ferroviaria de La Matanza, memorias del dolor
El 31 de octubre de 1984, un tren arrolló a un colectivo de la línea 620 dejando 60 víctimas. Se cumplen 40 años del mayor siniestro ferroviario de La Matanza: "la tragedia de San Justo".
—Permiso, permiso, permiso—, pidió Pedro Herrera.
El vecino de Rafael Castillo se acomodó como pudo en el fondo del colectivo de la línea 620. A esa hora de la mañana ya no cabía un alfiler en la unidad. Pedro no estaba molesto, se acostumbró a viajar como sardina enlatada.
Desde el fondo, observaba al chofer picar boleto una y otra vez. Además, "relojeaba" a su amigo que, afortunado, había logrado conseguir un asiento cerca de una ventanilla de la unidad.
Todo parecía seguir su ritmo normal como agua en un cauce. Sin embargo, después de unos minutos de viaje, un ruido ensordecedor invadió la escena. No hubo bocina que alcanzara para detener la tragedia. Cuando Pedro abrió los ojos, sintió que estaba en un campo de batalla. No podía hablar. Ni moverse. Su cuerpo no le respondía. Estaba recostado en los pastizales y solo podía mover los labios. Los gritos invadían la escena.
—Ayuda, ayuda—, imploró tumbado en el terreno lindero a las vías del tren.
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El 31 de octubre de 1984 a la altura del cruce de la Ruta Nacional N°3, un tren perteneciente al ferrocarril Roca modelo Fiat que circulaba por las vías del Ramal Haedo-La Plata -actualmente conocido como Haedo/Temperley- arrolló a un colectivo de la línea 620.
La unidad había iniciado el recorrido una hora atrás en el barrio Independencia, en la localidad de González Catán, partido de La Matanza.
Producto de la tragedia, 48 personas murieron en el acto y doce quedaron heridas de gravedad. De éstas últimas sólo dos sobrevivieron a una de las tragedias más impactantes del país. Una fue Pedro Herrera. “Uncho”, para sus amigos.
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—Me acuerdo de ver una luz blanca, cerrar los ojos, abrirlos y ver a mi alrededor cuerpos y restos humanos. No me podía mover, estaba todo lastimado, pero consciente—, recordó Herrera.
Herrera era conocido en el barrio Jorge Newberry como “Uncho”. Exjugador de las inferiores de Chicago y Atlanta, solía juntarse a jugar a la pelota con amigos y compartir largas jornadas a puro rock & roll. Aquella mañana en la que viajaba en el colectivo su vida daría un giro de 180 grados.
"No me podía mover, estaba todo lastimando, pero consciente".
Pedro Herrera, sobreviviente.
De lunes a viernes, Pedro era un asiduo pasajero del recorrido de la línea 620 que tomaba para ir a su trabajo: una metalúrgica ubicada en Mataderos.
Como cada mañana, pasó a buscar a su amigo y juntos esperaron el ramal que había salido alrededor de las cinco desde el barrio Independencia, González Catán.
“No era mi hora”
Una de las personas que sobrevivió en esta historia no lo hizo por ser mejor, peor o más fuerte. Simplemente, no le tocó. No era su hora. Viajar como sardina y en la parte de atrás del colectivo le salvó la vida. No fue la misma suerte para los otros pasajeros.
Pedro estuvo internado alrededor de tres meses primero en un hospital de Ezeiza y luego en Vicente López. Nada fue igual cuando abandonó el nosocomio. No solo por el fatídico accidente que había vivido sino porque el estrés postraumático perduraría en él toda su vida.
El estrés postraumático perduraría en Pedro toda su vida.
Las sesiones de kinesiología no fueron fáciles, cada vez que se acercaba al centro de rehabilitación, escuchaba los rieles. Con el 84 por ciento de invalidez trató de continuar con su vida como pudo.
A sus 63 años, prefiere caminar. Si intenta subir a un colectivo se le cierra el pecho y le tiemblan las piernas. Opta por no hacerlo. Su rostro agrietado denota el paso del tiempo. Sin embargo, él recuerda la tragedia como si hubiese sido ayer.
Convivir con el dolor de la tragedia
En 1984 pocos contaban con teléfono. No había redes sociales ni celulares a mansalva. La noticia más triste para Concepción Gómez tardó en llegar. Mientras no despegaba el oído de la radio para poder enterarse de las novedades sobre lo ocurrido, vio como un vecino corría por la calle en un mar de lágrimas.
—Fue un día imborrable porque fallecieron no solo mi hermano Jorge sino muchas personas del barrio Independencia. Él tenía 23 años y vivía conmigo, una noche lo despedí sin saber que nunca más volvería a verlo con vida — , expresó Concepción, quien en aquel momento estaba embarazada de siete meses.
A horas de la tragedia, el vecindario se vistió de luto. —Fueron dos noches de velorio sobre Soberanía Nacional y Rafael Obligado. Cada dos cuadras, una familia estaba velando a su familiar. Una imagen tristísima. Para mí fue un golpe terrible, estaba a la espera del nacimiento de mi hija y había elegido a mi hermano para que sea el padrino— , recordó.
"Cada dos cuadras, una familia estaba velando a su familiar".
Concepción Gómez
Gente que se quedó dormida, otras que perdieron el colectivo o se bajaron paradas antes. Muchos vecinos se salvaron de milagro.
—Mi hermano siempre viajaba con otro de mis hermanos y el marido de mi mamá que justo se olvidó un bolso y se volvió del camino. A raíz de eso, se tomó otro colectivo. Evidentemente, no era su destino— , contó Concepción. Esa no fue la historia de Jorge Gómez, el repartidor de productos de bazar.
A 40 años, el recuerdo de la empresa
El tiempo pasó, pero nadie de la empresa de la 620 olvida lo ocurrido aquella mañana de octubre de 1984. “No digo que se curaron todas las heridas, pero esto sirvió para tener muchos más cuidados, saber del funcionamiento del ferrocarril, darles a los conductores instrucciones para tener cuidados, que, aunque esté la barrera levantada, no hay que confiarse”, explicó en diálogo con El1, Jorge Sequeiras, tesorero de la compañía.
Es que la tragedia los marcó. Y no la olvidan. A 40 años del suceso, Sequeiras detalló sobre el hecho: “Hubo una hipótesis de que el colectivero había hecho un zig-zag a la barrera. Sin embargo, las pericias determinaron que en el techo del colectivo estaba marcada la pintura de la barrera negra y amarilla”.
En esa época, las barreras automáticas eran la excepción y no la regla en el país, por lo que la mayoría de ellas era controlada por el personal ferroviario. Según informaron, el guarda que estaba a cargo se habría quedado dormido. Lo cierto es que la investigación determinó que la barrera estaba levantada cuando cruzó el colectivo comandado por el chofer de apellido Pérez.
“Se puso una oficina en la empresa en 24 horas para atender toda la situación. Lo que ocurrió, pese a que no fue negligencia del conductor, no nos eximió de responsabilidades. De hecho, el chofer también fue víctima de la tragedia”, aseguró Sequeiras.
Y no lo olvidan. Ni a Pérez, ni a ninguno de los pasajeros. Es que, una tragedia así, no se olvida. “Fue un día imborrable, jamás olvidaremos lo que atravesamos esa fecha. En el barrio Independencia la tristeza era total”, lamentaron algunos de los familiares de las víctimas.
El 31 de octubre de 1984 murieron 48 personas y doce quedaron heridas de gravedad. De éstas últimas sólo dos sobrevivieron a una de las tragedias más impactantes del país. Una fue “Uncho”, pero las secuelas lo persiguen día y noche. Como el recuerdo de aquella fatídica mañana.
Producción y texto: Cynthia Finvarb
Edición general: Andrea Luzuriaga / Laura Villafañe
Video
Producción: Cynthia Finvarb, Virginia Libonati e Irena Moya
Locución: Cynthia Finvarb
Cámara y edición: Oscar Falcón