José “Pepe” Gambera corre en el autódromo en memoria de su hijo piloto
Germán Gambera competía con su Fiat 128 IAVA en las picadas del ¼ de milla en el Gálvez de la Ciudad de Buenos Aires. Falleció a los 22 años en un accidente en la ruta 205 cuando manejaba su moto a alta velocidad. La historia de un padre que encontró una forma de sobrellevar el dolor. “No corran en la calle”, ruega.
Germán Gambera tenía 22 años, era maestro mayor de obras, trabajaba en la empresa familiar y participaba en las picadas de autos del ¼ de milla. El joven falleció hace once años en un accidente callejero: iba con su moto a 300 kilómetros por hora en la ruta 205, a la altura de Canning. Su padre tomó la posta y se convirtió en piloto de autos como una forma de resiliencia.
“A Germán le gustaba la velocidad y corría picadas con su auto Fiat 128 IAVA en el autódromo”, cuenta su padre, José “Pepe” Gambera, en diálogo con Hernán Garciarena por Radio Universidad.
Pepe le pedía que anduviera despacio y su hijo le insistía para que le compre una moto.
Un día fueron a la concesionaria, pero la venta se frustró por una diferencia económica. Se volvieron a la casa, el joven triste porque su sueño no se concretó y Pepe algo aliviado: “Quizá te estaba comprando el cajón”, le comentó a su hijo.
Al otro día, Germán apareció contento con un recibo en la mano: “Reservé la moto, pa”. El hombre, resignado, vio la felicidad de su hijo en los ojos. Le compré la moto y terminé comprándole un arma”, dice con la voz ahogada por la emoción. “No corran en la calle, no suban a la moto”, suplica al universo. “Lo tuve que juntar en pedacitos”, evoca con la voz estrujada.
Sin embargo, Pepe, para superar tanto dolor, se subió al auto de su hijo para seguir su camino: correr picadas del ¼ de milla en el autódromo Juan y Oscar Gálvez con todas las medidas de seguridad.
Seguir a pesar de todo
“A los 15 días de la muerte de Germán fui al garaje y estaba su auto. Yo no sabía ni prenderlo, pero me ayudaron sus compañeros y amigos”. Así el Fiat 128 IAVA blanco volvió a las pistas y con dos muñecos de Super Mario Bros, que acompañaban siempre a su hijo. Los había ganado en unos jueguitos en la costa.
Pepe corre y en segundos alcanza velocidades increíbles y acumula premios arropado por una hinchada cariñosa. Su mujer y su otro hijo fueron pocas veces a verlo porque les hace mal. Cada uno procesa el dolor como puede.
“Cuando corro siento que Germán está a mi lado”, afirma. Es su copiloto espiritual. Se extrañan los abrazos de Germán porque era una persona muy cariñosa. Esos abrazos llegan de otra forma, por medio de su nietita y de los seres anónimos que lo saludan con devoción en cada carrera.
“El otro día un amigo de Germán soñó que él le hablaba y le decía algo que tenía que ver con la bomba”, cuenta. En esos días el auto estaba en el taller y el mecánico no encontraba la falla. Después de descartar varias posibilidades resultó que el problema del FIAT128 era…la bomba. “¡Germán se lo había dicho al amigo!”, exclama Pepe, y detalla que tuvo otras señales parecidas. Para él existe algo más allá de la muerte.
“La pérdida de un hijo no se supera nunca. Pero no hay que parar. Yo trabajo mucho en la empresa (constructora), voy a casa y descanso respirando rápido para dormir y volver a la actividad. No hay que quedarse en casa. Con mi mujer salimos y estamos acompañados por familiares y amigos”, aconseja Pepe, y agradece el apoyo de su entorno. El dolor de la ausencia estará siempre, pero, Pepe sabe que hay que poner primera y seguir en marcha, pese al vacío irreparable.