Agustín Pardella es Nando en “La sociedad de la nieve”: “Los estímulos negativos aportaban de manera positiva a la interpretación”
El actor interpreta a Parrado en la elogiada película española de Juan Antonio Bayona, disponible en Netflix. “Me sorprendió la necesidad de Nando de anular la emoción en la montaña”, compartió en diálogo con El1.
“¡Yo no me voy a quedar acá!”, plantea Fernando “Nando” Parrado a sus compañeros en medio de la Cordillera de los Andes en el año 1972, tras enfrentar las adversas condiciones del lugar durante más de dos meses. Por lo tanto, abandona la zona en que se encuentra el fuselaje del avión estrellado y, con esperanza y perseverancia, camina por el cinturón montañoso rumbo a Chile en busca de ayuda.
Cinco décadas después, esta escena verídica se recrea en La sociedad de la nieve, la nueva película dramática española de Netflix dirigida por Juan Antonio Bayona, en la que el joven sobreviviente uruguayo es interpretado por el actor argentino Agustín Pardella. Así, entre el agradecimiento y la responsabilidad por el papel asignado, el artista ha encarado un rol bisagra en su camino profesional.
- ¿En qué circunstancias te enteraste del proyecto cinematográfico?
- Si bien yo ya conocía a la directora de casting y coach actoral de la película, María Laura Berch, desde mis 13 años, me enteré de la convocatoria abierta por una publicación de Facebook. Solo sabía que era un filme que se iba a grabar en la montaña. Y se sumaba el contexto pandémico, por lo cual, estábamos encerrados en nuestras casas y la posibilidad de salir a trabajar estaba muy lejana, las producciones se habían frenado. Recuerdo que en ese momento estaba vendiendo merchandising en una empresa; uno como actor también tiene que aceptar que lo es inclusive cuando no lo están contratando como tal. De todos modos, yo seguía ejercitando mi instrumento de distintas maneras. Y respecto a la película, fueron seis meses de Zoom tras Zoom. Tenía un monólogo bastante literario y difícil; mi pareja Vicky (Maurette) me ayudó a armar la cámara y la luz -yo soy muy malo con esas cosas-, y filmé el casting.
- En el marco de una audición online multitudinaria, ¿cómo sintetizás en poco tiempo todo lo que podés demostrar actoralmente?
- Creo que es tirarse a una pileta sin saber si hay agua o no, confiando plenamente en lo que uno viene trabajando y en lo que tiene para ofrecerle al personaje. Yo solo sabía que era una persona en el medio de una montaña, acompañada de otras personas, y al mismo tiempo inundada de una soledad extrema. Entonces, quise interpretarme a mí, a Agustín, en esa situación, y traté de darle el costado más humano y natural posible. En esa ocasión, mi personaje se llamaba Nicolás, no Nando, pero hacía cuentas y pensaba en cuál era la historia de supervivencia en una montaña. Una vez que me enteré cómo era el proyecto, necesitaba que ese anhelo se cumpliera, porque decía, 'esta película sobre un hecho real, producida por Netflix, con Juan Antonio Bayona a la cabeza del equipo'... ¡No me la quería perder! Ahí es donde hay que jugar finamente con los nervios y concentrarse. Personalmente, encaro los castings como si estuviese yendo a grabar, o sea, como si ya quedé y ese día me toca filmar esa escena.
- Para construir tu personaje, estuviste en contacto con Nando Parrado: ¿cómo fue ese vínculo?
- El amor y la generosidad con que nos abrieron todos los sobrevivientes y sus familias las puertas de sus casas, hasta de los recuerdos más oscuros que pueden llegar a tener, fueron inmensos. Trabajar con Parrado es muy fácil porque se dedica a hablar sobre esta historia alrededor del mundo. Todos tenemos al Nando superhéroe, una persona que hizo lo impensado, y a mí me interesaba contar otro Nando, el humano, inclusive antes de la montaña, y buscaba que todo ese heroísmo que lo acompaña hoy en su vida no afectara las decisiones actorales. ¡Nos terminamos haciendo amigos! Hablamos todas las semanas, nos mandamos fotos, ¡estamos compartiendo juntos este desembarco de la película en las casas!
- ¿Qué fue lo que más te movilizó de su historia?
- Lo que más me sorprendió fue cuando me contaba su necesidad de anular la emoción, en algún punto no había lugar para sentir, porque si sentía se desmoronaba, igual que si tomaba conciencia de que realmente estaba en un cementerio, como se dice en la película. Por lo tanto, él tenía una sola cosa en la cabeza: volver con su padre para contarle que estaba vivo y que no había perdido todo. Así que tuvo que demostrar una dureza para sí mismo, que podía dar un paso más y que no se iba a quedar ahí. Él me relataba que la manera en la que elige morir es la que los salva, ya que en ese momento tenía dos opciones para seguir: salir de la zona del avión y morirse caminando; o esperar a que vinieran a rescatarlos, que eso no terminara pasando, y morirse en el fuselaje. Yo soy bastante sensible y me acuerdo de que, cuando hablábamos, me conmocionaba, no entendía la resiliencia con la que él manejaba la situación.
- Nando transita distintos duelos y "renacimientos" a lo largo del filme...
- Desde un principio, en los ensayos, si bien laburamos grupalmente, también lo hicimos individualmente. Con María Laura y con Bayona trabajamos las curvas emocionales de los personajes. Luego del impacto del avión en la montaña, Nando cayó 'en coma', porque se había partido el cráneo y había quedado inconsciente. Tuvo la fortuna de que lo consideraran muerto y lo pusieran en el sector más frío del avión, entonces, esa temperatura hizo que se desinflamara y reviviera. Cuando despertó, su hermana estaba agonizando, y su madre y su mejor amigo estaban muertos. En el 'resucitar' de Parrado, yo tenía muy claro que su cráneo estaba partido, por lo que traté de hacer algo minucioso, que casi pasara desapercibida su presencia, pero que también hubiera algo efervescente. Luego, él empieza a tener la lógica de que hay que alimentarse, no parar de entrenar, y en lo único que piensa es en ir a Chile, de hecho, tiene su mantra. Todo eso sumado a que yo sabía que tenía que anularme emocionalmente, así que busqué una actuación más animal y poco consciente en cuanto a lo que me estaba enfrentando.
- Los personajes afrontan la falta de recursos básicos para vivir y en un lugar inhóspito, ¿cómo llegaste a dimensionar esas condiciones para desarrollar tu actuación?
- Gracias a la producción que lo pudo realizar. Tuvimos tres necesarios meses de ensayo, en los que profundizamos en todas las emociones que íbamos a tener que atravesar a lo largo del rodaje. Hicimos meditaciones con Gong, respiraciones holotrópicas, todo acompañado por profesionales de las disciplinas. Y después cada uno iba encontrando en estas herramientas, quizás más físicas, o de estímulos sonoros. De hecho, Bayona es una persona que durante el rodaje trabaja mucho con música. Por ejemplo, yo empezaba a hacer una respiración holotrópica, que básicamente consiste en sobre oxigenar el cerebro, entrar medio en un trance, donde se atrofian un poco los músculos y, al mismo tiempo, era estar súper consciente, que te empiece a bajar información de tu vida. Mientras estás actuando, te piden 'la mano un poco más abajo', y te ponen una música clásica, así entrás en esa emoción, y toda la desesperación se vuelve muy real. De repente, empieza la escena, uno ya está completamente 'volando', hasta que le dicen '¡corte!', y se desmorona. Además, teníamos frío y hambre, estímulos negativos que terminaban aportando de manera positiva a las interpretaciones de todos.
- ¿Cuán complejo fue ingresar y, a su vez, abandonar al personaje?
- Fueron seis meses en los que me entregué, sin la necesidad de salir. Por suerte, tuve a mi familia, a mi pareja y a Emma -que es la hija de ella, y una hija para mí-, que me vinieron a visitar, así que había algo de Agustín. Cuando volvía al hotel, era difícil. Aunque yo tenía un montón de ganas de verlos, regresaba con una oscuridad encima que no era el Agustín más divino de todos, además con hambre, ¡a mí me gusta mucho comer! Estaba bastante irascible, todo me molestaba. Fue un laburo psicológico intenso, y una vuelta durísima, con dificultad para adaptarme e ir, por ejemplo, al supermercado. Es como que salí de una vorágine zarpada, que ni ahí se acerca a lo que tuvieron que vivir los protagonistas reales, pero sí me aproximaba un poco a las sensaciones, que uno como actor las exagera.
- La sociedad de la nieve es una oda a la vida... ¿te llevó a reflexionar sobre cuestiones de tu propia existencia?
- ¡Ni hablar! Hay una escena muy linda en la que están Numa (Enzo Vogrincic) y Pancho (Valentino Alonso). Uno dice 'tengo 25 años, quiero ver a mi mamá, a mi papá, a mis hermanos, quiero bailar', el otro le plantea '¡pero si nunca bailaste!', a lo que el primero le responde 'ya sé, ¡pero ahora quiero!'. La problemática de que ese chico no iba a volver a bailar, lo llevé a mi vida cotidiana y le bajó un montón la defensa a los conflictos que se pueden generar. Igualmente, te digo esto y me sigo encabronando cuando me tocan la bocina, ahí pienso '¡no aprendí nada!', pero está bueno reflexionar, y volver a reflexionar, sobre las cosas. Es bajar un cambio, porque la vida es una sola y realmente no sabés qué te puede pasar. Estoy atento a disfrutar el presente.
- Una de las premisas centrales de la película es la motivación; de hecho, se ve en la incansable búsqueda de Nando. Si la trasladamos a tu camino profesional, ¿cuál es tu motor para actuar?
- Es una de las cosas que más me gusta hacer. Soy una persona que se aburre fácil, y con la actuación no me pasa, me divierte hacerlo, y me siento un agradecido eterno. No solo desde mis 16 años puedo todos los años trabajar de actor, mejor o peor pago -eso no es lo importante-, sino que también puedo decirlo, '¡soy actor!' Me motiva que aparezcan nuevas ideas y reglas del juego, porque uno va creciendo y teniendo otras necesidades. Este es un lugar donde puedo expresarme al cien por ciento, sin ser yo inclusive, aunque siempre me encuentro en los personajes que interpreto. Entonces, me incentiva saber qué es lo que está por venir y a dónde me va a llevar la vida que elegí, que es muy diversa, anti monótona.
Emoción fuera de la pantalla grande
Uno de los grandes méritos de La sociedad de la nieve es su trascendencia espacial, ya que la historia no solo ha conmovido a espectadores oriundos de los países más próximos al caso real, o de los involucrados en la realización del largometraje, sino que, además, ha interpelado al público de territorios más lejanos, ya sea por los festivales internacionales o por las proyecciones hogareñas en Netflix.
“Algo que nunca me había pasado, y sí me pasó con esta película, y creo que tiene que ver con que hay personas relacionadas directamente con la historia que siguen viviendo, es que se me acerquen para agradecerme. Me han dicho que gracias al filme pudieron sanar heridas después de 50 años; hay familias que se volvieron a abrazar, de sobrevivientes y de no sobrevivientes”, valoró Pardella.
Asimismo, recordó un encuentro entrañable: “La familia de Marcelo Pérez del Castillo (el personaje que interpreta en el filme Diego Vegezzi) siempre fue muy reservada con el tema, lógicamente con una tristeza mayor porque él no pudo volver, es un héroe que quedó en la montaña. Ellos estaban bastante expectantes con la película, y me sorprendió la emoción con la que salieron, la sensación de gratitud por haberle dado una voz también a este equipo de superhéroes que estuvo en la montaña, que no eran solo los 16 que volvieron. Y en un café de Roma en el que no había nadie, de pura casualidad, me crucé a la hermana y a las sobrinas de Marcelo. Se acercaron, me preguntaron si yo era Agustín y se presentaron. Creo que hay unas energías dando vueltas que están contentas con que esta historia se haya vuelto a contar”.
Plano a plano: un sólido camino cinematográfico
Agustín debutó en el séptimo arte a través de la película Un amor (2011), dirigida por Paula Hernández. A lo largo de los años, participó en diversos proyectos audiovisuales: los filmes Como una novia sin sexo (Lucas Santa Ana), Francisco: El padre Jorge (Beda Docampo Feijóo), Pinamar (Federico Godfrid), Los olvidados (Nicolás Onetti, Luciano Onetti) y Ámbar (Esteban Ramírez Jiménez), y las series La Casa del Mar, Todo por el juego y Cielo grande.
“Sea una producción de 80 millones de euros, de 40.000 euros o 40.000 pesos, un rodaje es un rodaje. No importa cuánta plata haya, ni quién esté detrás, somos humanos y siempre pasan las mismas cosas, acá, en España, en Costa Rica, en Uruguay, etc. Como actor, soy un técnico de la emoción, y si hay algo que aprendí es que hay que saber jugar en equipo. Todos somos importantes; hay una reciprocidad energética constante. Respeto a todo el mundo y a mi trabajo. Llego a tiempo, con la letra sabida y con un trabajo ya realizado, para no ir solamente a repetir el texto, ¡y es importantísimo ensayar!”, concluyó Pardella.