Carlos Belloso: "Para ser creíble, uno debe distinguir el género artístico"
El actor protagoniza la obra "Asteroide. Fin de un mundo imposible", disponible en el canal de YouTube "Cervantes Online". Habló sobre los tópicos de la puesta escénica y las sensaciones de retornar a los escenarios. Su participación en la serie "Victoria, psicóloga vengadora" y el proceso de construcción de sus personajes.
La mesa está servida. El matrimonio Milton, junto a su hija y su yerno, están listos para disfrutar la cena, mientras un asteroide se dirige a gran velocidad rumbo a la Tierra. De repente, suena el timbre y reina la incertidumbre. Es Wilmer, el jardinero de la residencia, quien quedó manco a raíz de un accidente con la cortadora de césped y, esta vez, llega a la vivienda con ciertos reclamos que exponen secretos familiares. El misterioso personaje es interpretado por el camaleónico Carlos Belloso, que subió al escenario del Teatro Nacional Cervantes para actuar en la obra Asteroide. Fin de un mundo imposible, escrita por María Zubiri y dirigida por Cecilia Meijide.
El actor que en el pasado ingresó a las casas de los espectadores por medio de sus populares personajes en las telenovelas Campeones de la vida y Sos mi vida, o en las miniseries Tumberos y Sol negro, vuelve a visitarlos y asombrarlos con su peculiar jardinero Wilmer en la comedia negra ganadora del concurso Nuestro Teatro. Cabe señalar que, para acceder a la obra gratuita, el público debe ingresar al canal de YouTube Cervantes Online.
Algunos de los conflictos que transitan los Milton en la ficción pueden trasladarse al mundo real y concreto…
Sí, y más de lo que uno piensa. Las comedias negras tienen mucho que ver con la realidad. En esta obra se muestran las tensiones vinculadas a las relaciones, hay secretos y distintas reacciones en los personajes. No en vano se suele utilizar a la familia como plantilla de vectores de conflictos. En este caso, existe una relación padre-madre-hija y, a medida que el texto avanza, se ven esos problemas: una hija que no pertenece del todo a esa familia, una madre que, a pesar de que enuncia el amor por su hija, no lo puede transmitir, y un padre con muchos problemas psíquicos y físicos. Cuando aparece el yerno comienza otra relación y, cuando todos habíamos creído que la familia había resuelto parcialmente sus conflictos, aparece el jardinero.
Los tópicos son abordados por medio del humor, ¿qué rol juega el género en el que se inscribe una obra artística?
Lo primero que hago como actor es plantear una posibilidad, de si se puede o no hacer esa obra, en cuanto a si tiene los conflictos necesarios y una línea de acción que me lleve a cambiar de arco dramático y, además, considero si puedo, o no, hacer el personaje que me requiere. Luego, hay otra instancia en la que uno se ve con sus compañeros y empieza a percibir un primer estadio de verdad en la obra. Una vez que ya están dadas las condiciones, ya puedo jugar con las distintas trayectorias que tienen que ver con mi personaje y puedo entrar dentro de las posibilidades del género. Para ser creíble, uno debe distinguir el género artístico. No es lo mismo una actuación en una comedia, en una tragedia griega o en un melodrama, porque en cada caso se necesita un nivel de simulación. Por ejemplo, la comedia no es hacer reír y punto, sino que tiene una tradición a lo largo de la historia universal del teatro, el cine y la televisión, que hay que respetar, para entender los códigos, y lo mismo ocurre con los otros géneros, formatos o autores.
¿Cómo viviste el retorno al teatro?
En plena pandemia, tuve la suerte de juntarme con grandes actores y amigos en un teatro tan increíble como es el Cervantes y, además, trabajar en la imponente sala María Guerrero. Era la primera vez que pisaba ese escenario, porque las otras dos obras que hice en el Cervantes fueron en las salas más chicas. Siempre digo lo mismo, para mí se puede terminar el cine y la televisión, pero si se termina el teatro creo que es lo peor que me puede pasar en la vida. La pregunta de '¿volverá o no volverá el teatro?' era inquietante, al igual que la posibilidad de que vuelva a ser como antes, en el sentido de encimarnos unos con otros. No solamente los actores nos encimamos, en la butaca el público tiene un contacto de codo con codo que es impagable, es la transmisión de la energía, porque el espectador tiene que entregarse al asombro y a la conmoción con quien está a su lado, y el distanciamiento no lo permite.
Si bien Asteroide… se montó en un teatro, la gente no la visualiza desde la platea sino desde las pantallas hogareñas, ¿de qué manera repercutió esto en el trabajo actoral?
No es una obra de teatro, pero sí es un buen registro. Obviamente que el tiempo pasó, porque los registros antes eran muy precarios, pero, ahora, con la tecnología y todo lo que implica lo audiovisual, se experimenta una buena sensación de teatro, lo más cerca que se puede. Este año, también hice un streaming (Puré 100% Belloso) que tuvo un registro muy bueno por las luces y los planos, a varias cámaras, como en Asteroide, pero lo que me pasó fue distinto. Al hacer el unipersonal vía streaming, me dirigía abiertamente a las cámaras, mientras que, en la obra del Cervantes no, ya que la cuarta pared estaba cerrada, por lo que se trataba de diferentes códigos.
Cambiando de proyecto, también participaste en la serie Victoria, psicóloga vengadora, rodada completamente en cuarentena, ¿qué nos podés adelantar sobre este thriller?
Leo Damario es el director y, ante esta contingencia, tuvo que hacerse cargo de un montón de cuestiones, con una factura técnica arriesgada y novedosa, no porque nunca se haya visto, sino por hacerlo en este formato y en el contexto de pandemia. A su vez, tuve la posibilidad de trabajar, aunque sea a la distancia, con buenos actores y actrices. El argumento de la serie se centra en mujeres que, en determinado momento, precisan ayuda, y ahí aparece Victoria, esta psicóloga particular que va resolviendo casos en diferentes capítulos. Por mi parte, interpreto a un italiano que viene a Buenos Aires, donde tiene operaciones inmobiliarias, y se aloja en un hotel. Él necesita los servicios de una empleada doméstica, pero que va mucho más allá, entonces, ante este requerimiento, toma cartas en el asunto Victoria.
¿Qué importancia le otorgás a la caracterización a la hora de construir tus personajes?
Yo soy un actor que se caracteriza y, al mismo tiempo, intenta que sus personajes no sean iguales. De pronto, pueden llegar a tener ciertos parecidos, ya sea por alguna postura gestual u otro aspecto, pero es realmente un compromiso que yo tomo. Fue a partir de Lon Chaney, que hizo películas como El fantasma de la Ópera o El jorobado de Notre Dame, que se creó el mote de "El hombre de las mil caras", y tanto él como Narciso Ibáñez Menta son mis ideales. Trato de que mis personajes se distingan unos de otros, y de poner algo diferente en cada formato o género. En televisión hice comedias donde tenía que haber un poco de liviandad en mis personajes, al servicio del entretenimiento y, por otro lado, participé en películas muy profundas, como La niña santa, donde fui a buscar raíces y a comprometerme con algo particular e interior. En ese sentido se distinguen bien las actuaciones.
A lo largo de tu trayectoria, interpretaste personajes con mucha repercusión en el público, ¿cómo se transita el durante, y el después, de tanta popularidad?
En principio, uno no puede dejar de maravillarse, y de asustarse, por la popularidad; por ejemplo, si uno va a un restaurant donde es reconocido, no va a comer de manera continuada (risas). Ser reconocido es algo muy lindo, sobre todo en base a personajes divertidos, porque vas caminando, ves a una persona que te registra y se sonríe. En el caso de El Vasquito de Campeones duró dos años, por lo que estuve en la casa de la gente durante mucho tiempo y tengo un montón de historias conmovedoras. Si bien es fácil salir de un personaje, lo difícil es encarar otra producción y que los productores no te vean en el papel que hiciste previamente y que tuvo éxito. De hecho, después de Campeones me veían como El Vasquito, entonces para mí fue un trabajo decir que no a ciertas propuestas que iban por el mismo camino, hasta que llegó Tumberos, que era diametralmente opuesto. Pero, después de la serie, los productores me llamaban para hacer personajes marginales, por lo que también tuve que resistir, hasta que apareció otro papel. Si uno se deja llevar por los productores, estaría haciendo el personaje que da más éxito durante años, y un actor necesita variar. No juzgo a quienes agarran un personaje y se quedan ahí toda la vida, porque también es la práctica del viejo payaso, que se queda en una rutina, pero la perfecciona, lo cual también es plausible.
Cuando eras adolescente te tocó vivir en carne propia una situación bélica, ¿de qué manera repercutió este hecho en tu vínculo con la actuación?
En el conflicto del Atlántico Sur por Malvinas estuve en el Teatro de operaciones, el cual permite establecer en cualquier conflicto armado dónde se peleó, dónde se luchó y dónde se combatió, entonces, cuando termina la guerra, pueden decir si uno fue un ex combatiente, o no. Yo era artillero antiaéreo y me tocó una orden de combate que fue defender el aeropuerto de Río Gallegos, del que salían los aviones que más daño hacían a la flota inglesa. Sin embargo, cuando se repartieron las pensiones, me dejaron de lado por el mero hecho de repartir menos dinero, y por un decreto se corrió el Teatro de operaciones 200 millas marinas, entonces es un reclamo permanente desde hace 38 años. Después del conflicto de Malvinas, cuando empecé a decidir qué era lo que quería hacer con mi vida a los 20 años, elegí lo que me gustaba. Porque uno va posponiendo y piensa '¿Cómo voy a ser pintor? Si existió un Leonardo Da Vinci, ¡Yo no yo a poder hacerlo!', entonces, te empezás a poner obstáculos en algo que tiene que ser natural. En ese sentido, la Guerra de Malvinas me llevó a decir 'En cualquier momento uno puede perder la vida', por lo tanto, ¿por qué no hacer lo que a uno más le gusta? Yo quería actuar y hacer arte. Así que agarré mi vida y la manejé a mi manera.